CÁDIZDIRECTO/Enrique Alcina.- Suspiros por el teatro Pemán, heredero del Cortijo de los Rosales, en el corazón del verano gaditano. Canción eterna de “las cosas que ha perdido Cádiz” en las noches de levantera gorda. Hay quien dice que Cádiz no tiene fiestas.
El auditorio al aire libre que descansa en el centenario recuerdo del parque Genovés arrastra nueve años de indiferencia y soledad, ha reinado el silencio y hasta la melancolía se ha marchado de rositas, pero anuncian voces de restauración y posmodernidad, intentan frenar el tiempo tras tanto retraso. Volverá el nuevo teatro Pemán a pintar las lunas de fiesta. Todo será diferente entre mayo y septiembre.
Echa de menos el barrio del Mentidero los fines de semana de movimiento artístico y peatonal. Los bares llenos, la gente contenta -o no-, la excitación del espectáculo por venir, el vámonos que nos vamos de la hostelería fenicia, la cultura del ocio y viceversa, el ambiente y el pundonor.
No faltó una estrella a los festivales de Cádiz. Hablamos de las décadas de los setenta y ochenta, de la dictadura al socialismo, del blanco y negro a la era digital. Las figuras rutilantes de la canción melódica, el humor, la danza, el folklore, la copla, el rock, el jazz, el flamenco y el carnaval, de aquí y de allá, renovaron su pasión por el teatro gaditano. El personal aún no había sucumbido al pantallazo de la tele y la hipnótica afición por el teléfono.
El invierno era una playa desierta de espectáculos, salvo excepciones, y el sector echaba el resto en vacaciones. Había dinerito extra de supervivencia, qué tiempos. Presupuesto para las galas. Así que el personal estrenaba sus mejores galas en funciones de gran categoría. No era fácil llenar el teatro Pemán, ni triunfar en Cádiz.
Teatro y parque caminan unidos desde finales del siglo XIX. Ha cambiado una barbaridad el gusto del público. Manuel de Falla actuó en el teatro original en septiembre de 1901. Bastaron tres meses para culminar las obras de construcción del teatro actual.
A mediados de los años cincuenta el tiempo corría también a alta velocidad, pese a las circunstancias. Cádiz obtenía la organización de los Festivales de España, una cosa rimbombante que fue aprovechada por la curiosidad. Nombraban a Pemán hijo predilecto de la provincia y de Jerez, a la misma vez, y el Cádiz conjugaba ya el verbo ascender a la par que inauguraba por todo lo alto el nuevo estadio Ramón de Carranza, frente al Barcelona de Kubala, Suárez y Ramallets.
Casi sin respiro, nacía le televisión española y el rock and roll causaba los primeros estragos, alguien encendía la luz del Mercado Común y los rusos lanzaban el Sputnik a un rincón del futuro.
Observen el cartel: Tip y Coll, Paco Gandía, Martes y Trece y Mari Carmen y sus muñecos. Festival del humor hasta las tantas.
Una barra en el paseo del parque para los remolones, los pesados o los dicharacheros. El Pemán cerraba al Genovés unas cuantas veces por semana. Otro cartel: Primera noche flamenca en homenaje a Enrique el Mellizo, con la actuación de la Perla de Cádiz, Camarón de la Isla, Fosforito, el Lebrijano, José Menese, Chano Lobato, el Perro de Paterna, Curro de Mairena… De 150 a 325 pesetas. “Localidades en los sitios de costumbre”.
Como una ola, Rocío Jurado manejó los hilos emocionales del teatro durante un cuarto de siglo. Se dice pronto. La recordada chipionera de voz prodigiosa se apropió del espíritu del Pemán a razón de veintiséis veranos de garabatillo, el sol hizo su agosto en las taquillas tantas lunas como cantó Rocío en su idilio permanente con Cádiz.
Ya en los años de gloria de la artista, los acérrimos devotos de su peculiar estilo pujaban en la reventa, que multiplicaba los mil duros que costaba la localidad de manera oficial. Rocío Jurado reventaba el teatro Pemán cada temporada de estío, a los postres de las vacaciones, lo que antaño se llamaba hasta la bandera.
La Jurado creció sobre las tablas del auditorio gaditano hasta alcanzar prácticamente la eternidad. Llegó a cobrar siete millones de pesetas por gala, compitiendo en buena lid con Isabel Pantoja en los años noventa, tal vez por arrebatar el inalcanzable trono de las divas de la copla y de garantizar sus respectivos reinados. Qué no daría el recuerdo por grabar a los centenares de chicas y mayores que han triunfado “por la Jurado” o “por la Pantoja” en una fiesta privada, un concurso escolar, un certamen de copla andaluza, un karaoke, un botellón o una boda en su máximo esplendor. La Jurado, por así decirlo, perdió pocas porfías en su vida.
En el Pemán, casi a modo de rito anual, lució las composiciones de Manuel Alejandro y los vestidos de Antonio Ardón, se sentó sobre la silla flamenca reservada a los elegidos y se ganó el derecho a pregonar el Carnaval de Cádiz. Es curioso, en contraste con los dinerales que viene a costar un pregón carnavalesco en las últimas décadas, resaltemos que Rocío no cobró por ensalzar la fiesta gaditana, sólo admitió el pago del alojamiento y los viajes, ella misma costeó comidas y llamadas telefónicas.
A la brisa marina y al amparo de los vientos caprichosos que bañan el océano Atlántico, el teatro Pemán ejerció de imán ultramarino. Los más veteranos rememoran los extraordinarios recitales de las mayores figuras del folklore suramericano. Mercedes Sosa daba gracias a la vida, poniendo voz a la mítica Violeta Parra y al suyo continente sur. Alberto Cortez construía castillos en el aire en el parque Genovés. Atahualpa Yupanqui mostraba su enorme humanidad, y Alfredo Cafrune su talento y rebeldía. Y Facundo Cabral subrayaba con lapiz rojo una oda cosmopolita que caló hondo: “No soy de aquí, ni soy de allá …”.
Todo ello ocurría, o tal vez lo soñamos, en los años setenta, a caballo entre tiranías y nuevas libertades, aunque de un modo asombrosamente natural y públicamente clandestino. No debemos olvidar el festival internacional de folklore, que veranos después cumplió las expectativas
de amplitud de horizontes.
Del mismo modo, el teatro aireó de aquella manera a los cantautores de diverso pelaje, desde el universal Joan Manuel Serrat, que escribió aquí varias de sus páginas más hermosas, hasta la generación de trovadores cerca a los dos miles. El juglar andaluz por antonomasia, Carlos Cano, se transformó en institución en esta tierra y tocó el cielo junto al Callejón de los Negros.
Ya en los años sesenta, Pemán invitó a los Cursos de Verano de la Universidad de Cádiz al poeta Jean Cocteau, un detalle muy fino y afrancesado. Cádiz se abandonaba al primer supermercado de la historia, abierto en García de Sola, décadas antes de los chinos, y el Ayuntamiento reclamaba un puente, Carranza, el primero, que iba a tardar menos que la resurrección del Pemán.
El rock nunca tuvo demasiada suerte en Cádiz, ni los apoyos necesarios, pero el Pemán, espejo de mil colores y todos los ritmos vivos, mostró atención al género y abrió sus sentidos a todos, desde Triana a Los Planetas. El misterio del jazz deslumbró las noches gaditanas. Paco de Lucía, en el ecuador de los ochenta, interpretó el Concierto de Aranjuez junto a Chick Corea. Y muchos años más tarde, en agosto de 2007, el pianista gaditano Chano Domínguez participaba en la gran noche de Imán Califato Independiente y Cai, emblemas del rock andaluz que retornaban a la senda.
Carnaval y flamenco, en pleno dominio de la escena, han deparado noches de garabatillo, nadie olvida festines fascinantes de los ases del momento. Si por las tablas del Pemán pasaron todas las agrupaciones de relumbrón de la reciente historia carnavalesca, antes de que se iniciase la etapa de florecimiento de festivales carnavalescos a lo largo y ancho de la ciudad, acaso quedó grabada, por su singularidad y excepcionalidad, la noche de Los Fantasmas, la célebre chirigota callejera que promovieron Gómez & Rosado. Multitud de tipos y coplas adornaron la antológica grabación del primer deuvedé genuino, un pelotazo de veras.
De toda la vida, hasta su clausura en marzo de 2008, en el teatro Pemán han entrado mucho más de dos mil personas, aforo oficial de tan gaditano jardín de las artes bellas. A la vera, las misceláneas del hermano Cortijo de los Rosales, templo de la música en directo, allá donde agitó las maracas Antonio Machín.
De pronto, el teatro Pemán no se está perdiendo, de puro milagro. Habrá que alimentar el cajón de las oportunidades perdidas con otros signos de más allá de la vida como el Río Saja, que “¡Se alquila!”, las carreras en el pabellón Portillo, que se muere de sol, discos Elisia, librería Dulcinea y los platos combinados de La Camelia. Siempre nos quedarán Los Italianos. Y los Sarracenos de Paco Alba.