Ánimas y las sombras negras acosadoras

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Muchas son las personas que, por las noches, se encomiendan a las Ánimas Benditas y le piden un “despertar” a una determinada hora. Para unos no es más que una reacción del subconsciente ante una preocupación que se ve reforzada, y aliviada, por esa “encomendación”, para otros se trata de un hecho tan inexplicable como “divino”, lo cierto es que –a decir de los testigos- es efectivo.

En torno a todo ello tenemos la historia de una persona, Marta, que ante determinados cambios en su vida y el apego a las sábanas por la mañana decide encomendarse a las Ánimas. Su hermana, desde la cama conjunta la observa con curiosidad mientras se ríe incrédula.

A la mañana siguiente Marta despierta plácidamente: “sentí como si alguien me llamara y tocara los pies suavemente, lo suficiente, lo justo para despertarme pero sin molestar, sin resultar desagradable, fue muy dulce despertar así”.

La hermana la seguía mirando con curiosidad mientras que más malhumorada se comenzaba a incorporar en su cama: “No sé cómo puedes creer en esa tontería”. Pero marta no le importaban los comentarios de su hermana.

En vista de los buenos resultados que había obtenido aquella primera noche la chica siguió encomendándose a las Ánimas y a seguir despertando con placidez. Por el contrario su hermana cada vez se levantaba más malhumorada y molesta.

Una mañana le dijo a Marta: “de verdad, desde que te escucho rezar por las noches y encomendarte a las Ánimas duermo peor, yo, si quieres, te regalo un despertador, sin problemas”. Pero Marta rechazó aquella opción diciéndole que el despertador con su estruendoso ruido hacia que te levantaras más estresada y que, en ocasiones, de un manotazo lo apagara y acabara nuevamente dormida, con lo que no tenía resultado. Sin embargo las Ánimas –o lo que fuera- le daban un resultado más que deseado e incluso se levantaba de buen humor y pensando en positivo.

Así siguieron pasando los días mientras la situación se agravaba, se acentuaba, y una mañana estalló la situación. La chica con un gran cansancio le dijo a su hermana: “no vuelvas a rezar más a las Ánimas en la habitación porque todo lo positivo para ti se está volviendo en negativo para mí, además eso es una tontería, no deberías de creer en eso”. Mientras profería todo tipo de improperios y maldiciones.

Marta aquella noche no rezó a las Ánimas pero no tuvo problemas para despertarse, sin embargo algo pasaba en la cama de su hermana, tenía como una pesadilla pero ella estaba semi levantada, incorporada en la cama, sollozando, gimiendo, quejándose.

La chica se acercó a su hermana y le dijo: “Rosa, ¿Qué te pasa?” y su hermana le dijo algo que la dejó helada: “A la hora que te tenías que despertar cuando las Ánimas lo hacían me han visitado cuatro seres ensotanados, de negro, los vi entrar en la habitación y me tapé pero me rodearon y comenzaron a mirarme, con una mirada profunda y amenazadora, sólo le veía los ojos y el perfil con la capucha. Me comenzaron a apretar los brazos, a violentarme, a zarandearme. Lo he pasado fatal. Por favor, te lo ruego, no vuelvas a rezar a las Ánimas, por favor”.

Y Marta no volvió a rezar quizás para que su hermana pasara las noches más tranquilas y, aparentemente, que no volvieran a visitarla. Lo que jamás pudo explicar eran las marcas que tenía en brazos y piernas, como si unas grandes manos la hubieran agarrado, apretado y violentado.