Uno de los objetos más extraños y desconocidos que hay en torno a las reliquias es el de la Santa Corona de hierro de Lombardía, una corona que es llamada también como «Corona Férrea» o «Corona de hierro» y que se encuentra en la Catedral de Monza en Italia.
Se realizó en el siglo IV o V y pronto se convirtió en todo un símbolo de Lombardía y de la época medieval, siendo un objeto habitual en las coronaciones de los reyes de Italia con uso desde la Alta Edad media hasta el siglo XIX.
Incluso cuando se coronaba un emperador lo hacía con la misma siendo tremendamente significativo el acto por su elevada carga simbólica.
La corona habría sido realizada con un clavo usado en la Crucifixión de Jesús de Nazaret y, por ello, tiene la categoría de reliquia.
Descripción de la «Corona de hierro»
Se trata de un círculo exterior formado por seis placas de oro -en un 80%- y de plata. Tiene ricos y vistosos esmaltados en las placas unidas por bisagras verticales. Sus dimensiones son de 15 centímetros de diámetro por 5,5 de altura. Tiene 22 piedras como siete granates, cuatro cristales de rocas y cuatro pastas de cristal vítreo de color verde imitando esmeraldas, siete zafiros y veintiséis rosas en oro más otras joyas.
La corona, con sólo 15 centímetros de diámetro, es muy pequeña para una cabeza por lo que se dice que pudo ser un brazalete o una corona votiva.
En ella han intervenido diferentes reyes y emperadores. Teodorico sería el que añadió las piedras y la diadema de oro. Carlomagno sustituyó láminas que estaban en mal estado.
Por la prueba del C-14 se sabe que la corona data del siglo V con un margen de error de 50 años.
La leyenda piadosa
Cuenta la leyenda de esta reliquia que la lámina interior de la misma se realizó fundiendo un clavo de la crucifixión de Cristo. Será la emperatriz Elena, madre de Constantino I «el Grande», quién mandó excavar en el monte Gólgota y encontró los restos de una crucifixión en los que creyó identificar la «Santa Cruz» pues tenía clavos en ella. Se llevó estos clavos y la cruz y con uno de ellos mandó ponerlo en el yelmo del emperador para su protección.
El papa Gregorio Magno, dos siglos después, donó los clavos a la princesa de los longobardos, a Teodolinda, hecho documentado. Esta donó la corona a la iglesia de Monza en el año 628 d.C. mandando fabricar la corona e insertar el clavo en forma de lámina circular. San Carlos Borromeo fue devoto de esta corona y fomentó su devoción. En 1717 se autoriza la devoción y veneración de la reliquia por parte del papa.
Existe cierta confusión si esta corona tiene relación con la diadema de Constantino, que desapareció en el año 1204 con la cruzada que entró en Constantinopla como sucediera con la «Sábana Santa», aquella que pasó a Atenas y que apareció en 1355 en Francia.
Análisis
Un análisis realizado sobre el «clavo» determinó que era de plata en un 99% y, por lo tanto, no era hierro con lo que la opción se desvanece. En 1159 se indica la Corona de hierro es llamada así por «quod laminam quondam habet in summitate» o lo que es lo mismo: que en algún momento del pasado estuvo en contacto con el hierro sagrado.
Este aro de plata habría sido añadido por Antellotto Bracciforte que la restauró en el año 1345 tras un robo de placas de oro de la misma quedando cómo la conocemos en la actualidad y que despierta el interés de devotos, científicos, estudiosos y amantes del misterio y este tipo de temas.