El enigma de los orificios de bala en la prehistoria

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Es uno de los enigmas más intrigantes que nos han llegado de la más remota antigüedad y en la que se presenta un cráneo con lo que parece, a priori, un orificio de bala. La pregunta es: ¿Cómo puede ser esto? La verdad es que tiene poca explicación, nadie –que se sepa- iba por los yermos campos prehistóricos con una primitiva pistola disparando a sus semejantes o a los animales, eso parece –debe ser- una certeza, sin embargo el ejemplo del cráneo encontrado ofrece dudas que nos deben hacer reflexionar. A veces no todo es lo que parece… ¿O tal vez si?

El descubrimiento se realizó en el Museo de Moyá, en la sección de antropología de la localidad catalana, fue a finales de los años 70 del pasado siglo XX y llamó la atención por lo insólito del mismo. Aquel cráneo presentaba lo que parecía una herida, un orificio, de bala. Podría parecer extraño pero así fue cómo fue calificado. El cráneo pertenecía a un homínido de la prehistoria y los más sensacionalistas comenzaron a afirmar que era “el primer asesinato de la historia”, con arma de fuego. Desde luego no ayudó a esclarecer este interesante asunto.

Los investigadores, los forenses, se pusieron a investigar las particularidades de aquel cráneo llegando a la conclusión que el orificio era pre-mortem, es decir: el homínido habría vivido mucho tiempo luego de producirse dicha herida. La marca, el orificio, es completamente circular así que ello nos lleva a descartar que pudiera haber sido provocada por un arma de sílex de la época. En la época se dirimían los problemas a golpes y era lo más normal, pero ello provocaba la rotura del cráneo y eso es algo que el homínido del “balazo” no tiene.

El ángulo de penetración era ascendente-descendente con inclinación de derecha a izquierda, penetró por el frontal y debió salir por el seno frontal derecho aunque no hay orificio de salida.

Los traumatólogos afirman que el homínido pudo seguir viviendo después de la herida pues los bordes del orificio están esclerosados, tienen un callo óseo.

Otra alternativa es que se produjera una trepanación en la época. A priori parece complejo pues un primitivo homínido no tendría suficientes habilidades manuales ni conocimientos para poder realizar esta compleja intervención, las más conocidas de la Antigüedad serían en el Antiguo Egipto, miles de años después. Así la trepanación se hacía por motivos de salud, por estética (¡) o con un fin ornamental, también para extraer el cerebro en el momento de la momificación, pero en el caso que les exponemos el homínido siguió viviendo.

Ahí quedó el enigma de Moyá, desafiando a todo aquel que se ha acercado al mismo. Pero en otros lugares del mundo también se han encontrado orificios similares en cráneos. Así un buen ejemplo de ello lo encontramos en el llamado “Cráneo de Broken Hill” en Zambia, datado en una época más lejana que el de Moyá. Este cráneo africano tiene dos perforaciones, se ha de suponer que son el orificio de entrada y el de salida, trayectoria lateral, derecha a izquierda del cráneo. No es un orificio frontal como en el caso catalán.

Nuevamente los investigadores se pusieron a investigar este curioso ejemplar determinando circunstancias análogas a las dictaminadas en el caso de Cataluña, existe la inexplicabilidad sobre el caso y una pregunta que seguía invadiendo a los expertos: ¿Habría algún otro ejemplo en el mundo? Y la respuesta es afirmativa e igualmente sorprendente teniendo que viajar para ello hasta la lejana y frías tierras de Rusia, donde encontramos un curioso ejemplar.

En el Museo Antropológico de Moscú (Rusia) encontramos un viejo cráneo de bisonte que muestra, entre los ojos, una curiosa marca perfectamente circular. Se trata de un cráneo de bisonte que tiene más de 10.000 años de antigüedad y que, nuevamente, deja perplejos a los expertos y una nueva pregunta: ¿Quién disparaba en la antigüedad armas de fuego?

Hay una hipótesis, que se baraja en determinados ambientes científicos, y que nos habla que esos orificios pudieran estar ocasionados por una bacteria que afecta a los huesos, que se alimenta de ellos y que dejaría esa curiosa forma que es análoga a otras muchas muestras que se encuentran diseminados por diferentes partes del mundo.

También pudieran tratarse de una marca de caza como producto de tal actividad de subsistencia por parte de nuestros primitivos ancestros e, incluso, que estuviera realizado a posta por ellos mismos a fin se insertar algún artilugio o que sirviera de amuleto.

La lógica invita a pensar que se tratan de marcas naturales, en tiempos en los que la trepanación no era factible y tampoco parece lógico pensar en un homínido sin, en apariencia, más conocimientos que sus propios instintos, con una Magnum del calibre 47 disparando a diestro y siniestro a sus congéneres, igualmente imposible que hubiera una industria de armas hace 20.000 años o más.

Sea como fuere parecen increíbles las marcas que, en muchos de los casos, no han podido ser explicadas y que lejos de cualquier intento de razonar se niegan por sistema ante la imposibilidad de las mismas y las explicaciones más sensacionalistas. ¿Cómo se explica el caso de Moyá? Parece difícil pero la Ciencia sorprende, en ocasiones, con aciertos y errores en la busca de la verdad sobre casos que nos parecen originados por otra Humanidad, una Humanidad que habría habitado este planeta antes que nosotros.