La Edad Media fue un periodo de la Historia especialmente oscura y, en determinados casos, terrible, un reinado de terror que se instauró al amparo de la fe y que fue encarnado por el Santo Oficio, la Santa Inquisición en una mal entendida lucha contra el mal y el Demonio.
Así la brujería y la hechicería iban a ser los principales enemigos de la fe, así el norte de España, como Zugarramurdi o los montes de Asturias o Cantabria encarnaron muchos de aquellos aquelarres de los que destacan los realizados en Galicia, no obstante encontramos que Álvaro Pelayo, obispo de Silves, en 1343, escribía al rey Alfonso XI: «recomiendo a Alfonso XI que prohíba en sus reinos que vivan en ellos adivinos, sortílegos hechiceras y demás calaña, en especial en Andalucía y Asturias donde su particularmente abundantes, y en las constituciones dadas por el obispo de Oviedo», toda una declaración de intenciones contra aquellos que «abrazaban» a Satanás.
Pero el sur de España también tiene sus episodios con brujas y hechiceras, famosas en la zona de Córdoba las denominadas como «Las Camachas» o los aquelarres que se hacían en las galerías subterráneas que oculta el subsuelo de Sevilla, y en Cádiz también encontramos referencias a esa misma brujería y hechicera, así destacan «la beata ciega» Dolores, fray Judas Morales, Rosa del Castilla, Francisca de Santiago o María López, entre otros.
María López era «especialista» en conjuros de amor, siempre tan demandados. Igualmente Catalina Díaz, igualmente dedicadas al tema del corazón, a los amantes y a los hechizos para embrujar a los hombres, «amansarlos» para hacerlos regresar junto a su amante o de aborrecer a la figura enemiga de ese amor, normalmente una esposa.
«La beata ciega» tiene una historia singular, se llamaba Dolores, y era temida en Jerez por su «poder» como bruja, privada de la vista y picada su cara en viruela su aspecto era aún más temible e inquietaba sólo estar en presencia de ella. Se la acusó ante el Santo Oficio de ser seguidora de la herejía de Miguel Molinos, un sacerdote del siglo XVII, que se perdió en el camino de la fe, sus seguidores eran llamados molinosistas.
Fray Judas Morales fue presbítero de las terceras de San Francisco, su «ministerio» lo encontramos en un monasterio de Jerez de la Frontera, gustaba de relacionarse con gitanas, curanderas y hechiceras. Un día consiguió un libro de conjuros e invocaciones al demonio y ese día cambió todo para él… Pidió al demonio una mujer y de aquella petición queda el recuerdo escrito de la misma en los archivos de la Santa Inquisición en Sevilla: «yo fray Judas Morales doy el mando al demonio apotecado mis órdenes y hábitos hago pacto con el demonio que me otorgue lo que le pido, todo le pido de corazón para siempre».
Prácticas prohibidas
Francisca de Santiago desde muy pequeña sufrió de alucinaciones, escuchaba voces e, incluso, se le llegó a practicar un exorcismo. De gran teatralidad lograba convencer a los incautos clientes.
Francisca Romero fue otra bruja gaditana que ejerció la prostitución en la ciudad y en sus últimos años adquirió notoriedad como tarotista y curandera.
Ángela Salas hacía «recobrar la virginidad» a las jóvenes que la habían perdido, entre conjuros y hechizos obraba el «milagro». Rosa del Castillo hacía reuniones de brujas en Cádiz, gustaba de ir al cementerio por la noche para conseguir huesos para sus pociones, encontró la denuncia ante la Santa Inquisición al aceptar un trabajo a Cristóbal de la Vega, sastre gaditano, que quería un amuleto de la suerte y esta le dio el dedo de un difunto, provocó tal repulsión esta situación que la denunció y fue su fin…
Ana María de San Gineto fue una monja que también practicaba la brujería, estaba especializada en encontrar personas desaparecidas y llegó a tener cierta popularidad en la época.
María Benita vivía en la sierra, considerada como hechicera decía ser capaz de curar dolores de estómago y de ojos, destacaba por tener un tatuaje de Cristo en el pecho y una imagen de la Virgen. Colocaba emplastos de hierbas que hacía sudar al enfermo. Muchos enfermos lograban curarse.
María de Morales tuvo hasta un sitio en la corte española merced a sus remedios y conjuros «conjurote con la Reyna Salayna y con la Reyna Napolitana y por doña María de Padilla, si es que fulana me quiere bien que venga donde estoy». Sanaba los problemas estomacales gracias a una poción en la que se usaban «tres naranjas que se abría por la corona y se echaba en ella pimienta, cera de miel y sal a continuación se ponían al fuego». Se dice de ella que fue amante del comunero Juan de Padilla.
En muchas ocasiones estas mujeres tenían esta actividad como único medio de subsistencia, se aprovechaban de la credulidad y desesperación de las personas para «sacarles el dinero», sobre todo en cuestiones de amor, pero cierto es que en otros casos eran personas conocedoras de las propiedades de las plantas y su aplicación en las personas siendo una especie de «farmacéuticas» de la época allá donde fueron tildadas de brujas y hechiceras.