Investigación paranormal en el viejo hospital de Oña

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Nos desplazamos a un hospital que a una, nuevamente, misterios, leyenda y mucha historia. Se traba del hospital psiquiátrico de Oña, en Burgos, inaugurado el 19 de marzo de 1937 y que estuvo ligado al Ejército y la Cruz Roja.

Albergó, en sus inicios a 1190 enfermos con una zona reservada a sus empleados con 100 camas, destacaban los italianos que tenía el hospital que obedecía a los soldados que intervinieron en la Guerra Civil y que fueron heridos así como médicos que trabajaban atendiendo a los enfermos, concretamente un capital y cinco tenientes.

Hospital y, posteriormente, psiquiátrico

En agosto de 1937 se registraron 100 muertes entre los pacientes, de ellos 26 serían soldados, y se enterraron en el cementerio de Oña ampliado para dar sepultura a tantos fallecidos.

Hasta ahí era un hospital sin implicaciones de manicomio, hasta que se decidió incorporar el mismo y donde, nuevamente, no se dispensaba el mejor trato a los pacientes. Eran enfermedades que provocaban el rechazo social y la discriminación, en muchos casos el aislamiento, el mismo Pedro María Rubio, médico de cámara de la reina Isabel II de España, tras la visita al Hospital de Nuestra Señora de Gracia de Zaragoza dijo: “infelices enfermos tratados peor que los mayores criminales” tequiando al Gobierno, al ministro Pedro José Pidal, que se mejorara las condiciones que tenían los mismos.

Fue en 1968 cuando el edificio pasó a ser un manicomio, una vez que Urbano Valero, superior en Castilla de los Jesuitas, otorgó la posesión del Monasterio de San Salvador de Oña a la autoridad de Diputación.

En 1978 se concentraron allí los enfermos mentales de la región, las últimas en llegar fueron las pacientes del manicomio de Mondragón.
Curiosamente se tienen los informes y catalogación de los pacientes en cuatro categorías: tranquilos, excitados, furiosos y sucios. De estos se decía en referencia a los primeros: eran ‘de índole pacífica’; de los furiosos se decía que “rompen cuanto encuentran a su alcance, amenazan a los celadores y se golpean a sí mismos” y con los sucios no pueden ser más explícitos: “Despiden un hedor insoportable (…) que impresiona con repugnancia a las más curtidas pituitarias. Solo los frecuentes baldeos y la ventilación excesiva lo contrarrestan”.

La aterradora historia de un paciente

La situación en la actualidad es, ciertamente, inquietante, pues se escuchan pisadas y voces que proceden de la nada. Una de las historias que se puede escuchar de este edificio es la que se pone en boca del director del hospital en esa época en la que aceptada que se encerraran allí personas que estaban sanas (mentalmente) a cambio de dinero, siendo declarados incapaces y teniendo acceso a la herencia antes de la muerte del mismo.
Uno de esos fue un señor al que se le ingresó de esta forma y luchó para escapar, se fugó y fue capturado por los enfermeros que lo sometieron a una dura terapia de electroshock.

En otra ocasión se fugó y tomó un bisturí, amenazó con «rajar» a quién se lo impidiese pero el directo, con un grupo de enfermeros y guardias lograron paralizarlo. Para calmar sus ímpetus, con el conocimiento de la familia, se le sometió a una lobotomía dejándolo «sin voluntad ni agresividad».
Cuentan que esa noche el resto de pacientes estaban nerviosos, hacían ruidos y resultaba todo de una gran tensión. El médico realizó la operación y comunicó a los familiares el «éxito» de la misma, el paciente era un despojo humano que sólo podía beber alimentos y a duras penas caminar.

Realmente la situación se tornó dramática, era un tipo de intervención que se hacía «a voleo» y dos horas más tarde murió. Se trasladó el cuerpo a la sala de autopsias y cuando llegó el forense se encontró que no había cuerpo. Alarmado subió a ver al director, llamó al despacho pero no le abrieron, entró y se encontró a su jefe moribundo.

«¿Quién ha hecho esto?» preguntó, pero no obtuvo respuesta: al director le habían cortado la lengua y quitados los dientes.
Uno de los familiares que autorizó esta lobotomía también falleció en extrañas circunstancias, como si «algo» se estuviera vengando de todos los implicados en aquella injusticia.

Las voces de nadie, puertas que se abren y se cierran, alarmas que saltan, sombras y descansos de temperatura son lo usual en este lugar, allá donde dicen que aún vagan los espíritus de los fallecidos y donde, tal vez, guarde secretos mucho más terribles de los que podemos imaginar.