Cada vez me gusta más esta ciudad, me gusta pasear por sus rincones y caminando me encuentro con una evocadora historia que me hace detenerme en la Plaza del Mentidero. Una historia legendaria que es dura e impactante.
Me cuentan, a modo de leyenda, que en cierta ocasión una familia se mudo a una casa de este lugar y se encontró el cuadro de un payaso, de vistosos colores, con la palma de la mano abierta. Les gustó y decidieron dejarlo allí colgado. Al caer la noche sintieron ruidos extraños que provenían de la habitación donde estaba aquel cuadro. Nadie quiso concederle mayor importancia pero a la mañana siguiente…
A la mañana siguiente el padre de aquella familia muere. Fue un duro golpe para todos y nadie reparó que en el cuadro del payaso había un cambio. Aquella mano abierta había bajado uno de sus dedos.
Apenas unos días después murió la madre, todo dijeron que «había muerto de pena», y aquel cuadro del payaso sufrió otro cambio: bajo otros de los dedos de aquella mano antaño abierta completamente.
Poco a poco todos los miembros de aquella familia fueron muriendo, excepto uno de ello, el cuadro del payaso tenía ya todos sus dedos bajados excepto el mañique.
Aquella misma noche una nueva desgracia se cebó con la familia y la casa sufrió un terrible incendio. Los bomberos sofocaron el mismo y sólo pudieron rescatar de su interior, aun intacto, una cosa: el cuadro de un payaso con la mano completamente abierta y vivos colores.
Pasaron diez años y aquella casa vivían una nueva juventud cuando una familia entraba a ocuparla. En su interior descubrieron el cuadro de un payaso con la mano abierta y decidieron colgarlo de una de aquellas desnudas paredes.
Me recordó este caso -para mi una leyenda urbana o moderna que se repite en otros muchos lugares con pequeñas variaciones– al glorioso relato de Oscar Wilde «Retrato de Dorian Gray» o esa otra historia de los cuadros de los niños que lloran,y es que hay cosas que nunca podrán cambiar, como la estética becqueriana de estas historias populares.