Uno de los mayores espectáculos visuales que proporcionan las grandes catedrales es contemplar su magna arquitectura pero también admirar sus vidrieras, con su mensaje y si contenido simbólico que va más allá de la comprensión de una época, el siglo XXI, con su tecnología y -en muchos ciudadanos- insensibilidad hacia el mensaje implícito que esconden.
El secreto de las catedrales siempre fue motivo de debate, ya Christian Jacq o Fulcanelli analizaron, con paciencia y detenimiento, todo lo que suponían, la elevación y la espiritualidad.
Pero el secreto de las catedrales también está en sus vidrieras conformando un espectáculo de luz que trata de transmitir un mensaje y elevar la espiritualidad. El gótico, desde el estilo arquitectónico, invitaba a la reflexión, a la oración, a la unión con Dios, a la metafísica, pero también a hacer literatura visual con los muros, con elementos tan sensibles como los vitriales.
La arquitectura gótico implementó elementos nuevos como la bóveda de crucería ojival o el arco apuntado de ojiva, esto hizo que la descarga de los muros fuera más optimizada y se pudiera «jugar» con otros elementos que darían la necesaria consistencia a las mismas, los soportes y contrafuertes más desahogado, los arbotantes como otro elemento fuerte dentro de la arquitectura que equilibra las fuerzas de la catedral. El gótico es verticalismo, elevación, pero también lo es la luz, la luz que cobrará un significado nuevo con las vidrieras, con su estética, con su mensaje, con la redimensión espacial del edificio en función de ella.
Experiencia suprasensorial
En las catedrales destacan el valor de las vidrieras, los tonos que se consiguen con la incidencia del sol, la proyección mural. El efecto que intentaba lograr esos mosaicos escenificados era la sorpresa y que la persona alcanzará un estado especial, la trascendencia o «elevar a los fieles a un plano supresensorial». La luz transforma el espacio, transfigura los muros, se convierte en las páginas de un libro en escena, en colores, todo da un efecto casi sobrenatural. Modifica la arquitectura y la «sustancia» de los muros, el reflejo multicolor hace que la admiración crezca a media que se observan el juego de formas y colores donde todo es especial y todo contiene un mensaje que no deja de ser un guiño a la divinidad.
La luz impone un sistema que añade más verticalidad a las catedrales, a las naves principales, a la nave central, hace que se describan las formas del edificio, las líneas de fuerza. Sobre espacios diáfanos las vidrieras dan testimonio de los Evangelios, de los pasajes bíblicos, de su luz que «desmaterializa» la piedra para poner un límite en la imaginación. ¿Quién no se ha quedado admirado por las enormes vidrieras de la Sainte-Chapelle de París? Apenas hay muros pero si vidrieras, el uso inteligente de su arquitectura y el juego imprescindible de los vitrales.
La arquitectura gótica hace de la catedral una transposición terrenal de la casa de Dios y pone en juego valores matemáticos y arquitectónicos asombrosos para la época de su construcción. Es la estética de la luz, su metafísica, la perfección, la Verdad invisible y la relación con Dios.
Las catedrales no estaban diseñadas para que fueran admiradas por el hombre sino para que fueran contempladas por Dios y ese concepto se comprende cuando son observadas desde el cielo, desde donde no llegaba a posicionarse el ser humano de aquella época.
La Verdad de las vidrieras
Las vidrieras son la Verdad, las ideas de Dios, el infinito, siendo su apogeo a partir del siglo XIII donde se trabajo una industria que dejó elementos sorprendentes y escenas que son un «cuadro» en cristal, en vidrio.
Su colorido, las formas que se emplean, las enseñanzas, el soporte iconográfico, el tamiz de la luz, las proyecciones matemáticamente calculadas. Dentro del ámbito eclesiástico era una forma de aprender con la Biblia «visual» para una población que era analfabeta.
María del Carmen García Estradé dice de su simbolismo: «Las vidrieras góticas permiten la entrada de la luz física y también permiten la entrada de la luz espiritual y de la transcendencia. Los grandes vanos de los muros se cubren con vidrieras policromadas alcanzando no sólo la ligereza y esbeltez de estos, sino la consecución, como dice Ràfols, de «pinturas transparentes». Las vidrieras de la catedrales góticas son libros de imágenes abiertos donde se lee el dogma católico y se expone la guía de nuestro caminar por la tierra. Anuncian el reino de la luz y nos invitan a la santidad. San Pablo exhorta a los colosenses a dar «gracias a Dios Padre, que os ha hecho capaces de participar en la herencia de los santos en el reino de la luz». Esta es su dimensión simbólica, la luz espiritual que comunican las vidrieras, uno de uno de los elementos principales de la arquitectura gótica. Un breve recorrido por algunas catedrales españolas nos lo confirmará».
Nada en cuna catedral está dejado al azar, todo tiene una razón allá donde el color, las formas y las composiciones van más allá de las percepciones, todo tiene influencia. Como grandes vidrieros encontramos a Thomas Glazier, John de Brampton, John Prudde, William Burgh, Thomas Glodbeater, Barnard Flower y John Thornton en Inglaterra, Valentin Bush, André Robin, Guillaume de Marcillat y Engrand le Prince en Francia, Peter Hemmel von Andlau, Michael Wolgemut y Veit Hirschvogel en Alemania, Arnoult van Nijmegen en los Países Bajos.
La vidriera se convirtió en una pintura monumental, en España encontramos las impresionantes vidrieras de la catedral de León o de Burgos; destacan igualmente las de la catedral de Toledo, Ávila, monasterio de Santes Creus en Tarragona, Pedralbes (Barcelona), la iglesia de Santa María en Grijalba (Burgos), la catedral de Barcelona, Girona, Tarragona, la iglesia de Santa María en Lleida o en Andalucía la catedral de Sevilla.