De entre todos los reinos perdidos en el continente africano hay uno que siempre ha destacado por su sonoridad e importancia que tuvo en una lejana época, se trata del reino de Kush, que siempre ha estado entre la leyenda y la realidad.
Su ubicación aproximada debía estar en Sudán, al sur de Egipto, entre le denominado como Nilo Blanco y el Nilo Azul, en su confluencia. Además refuerza esta opinión el que toda la zona fuera un rico vivero de material primas, de oro y plata, así como especias, muy codiciado todo ello por el país de las arenas eternas y sus faraones que lo conquistaron durante el Imperio Medio.
Su existencia habría que encontrarla entre el 750 a.C. y el 300 a.C., a partir del siglo III a.C. se africanizó y creó su propia lengua y escrituras dando origen a una cultura independiente. Su capital era Mero y hoy día ha dejado de ser una leyenda para constituirse en una realidad arqueológica pues se han descubierto zonas como la ciudadela y su muralla de protección, parte del palacio real y otros edificios públicos, el templo y parte del conjunto urbano.
Igualmente se ha hallado la necrópolis retirada de las tumbas reales, destaca la llamada ‘Pirámide de Arkamani’, datada en el 260 a.C.
Fue el aventurero italiano Giuseppe Ferlini, en el siglo XIX, quién viajó e investigó en Sudán informando de las importancia de las ruinas halladas, gracias a ello se conoce un poco mejor el reino de Kush.
Dentro del reino de Kush encontramos la certeza del origen de esa palabra en Egipto para llamar a Nubia desde el Imperio Medio. Así en su Historia podemos distinguir dos etapas importantes tales como la napatiense y la meroítica. Cuentan que fue el rey Alara el que unificó Nubia Superior desde el entorno de Meroe hasta la tercera cascada del Nilo. Fue él el que ubico Napata como la capital religiosa del reino tras la cuarta cascada del Nilo. Esta etapa fue la que tenía un marcado carácter egipcio (750 al 300 a.C.).
El enigma de Kush
El rey Pianjy fue el que, allá por el 747 a.C., logra controlar el Alto Egipto y establece la Dinastía XXV de Egipto. En 715 a. C. sería el faraón kushita Shabako el que reunifica el reino y consolida la misma dándose la curiosa circunstancia que fijaría la etapa de los faraones negros, faraones etíopes o faraones kushitas.
Cuando el monarca Shabitko entró en guerra con Asiria tomó la ciudad de Menfis y expulsó a los kushitas del Alto Egipto e impuso como faraón a Necao I. Sería el rey kushita Tanutamani quién retomó transitoriamente Egipto, siendo derrotado en 656 a. C. por Psamético I derivando en el nacimiento de la Dinastía XXVI. El enigma de Kush proseguía.
El faraón Psamético II, de Egipto, saqueó Napata en el año 590 a. C. tomando su relevo en importancia Meroe siendo la razón que desde el año 300 a. C. se comenzara a sepultar a los monarcas en esta ciudad. En el 150 a.C. se comenzó a africanizar su cultura alejándose de la inicial.
Las investigaciones en Nubia tuvieron tres etapas, la primera data del siglo XIX cuando algunos aventureros europeos visitaron Sudán y ya narraban de los yacimientos arqueológicos de la zona. El que más información aportó -y el más destructivo- fue Giuseppe Ferlini que «reventó» muchas pirámides en Meroe tratando de buscar tesoros, finalmente encontró el tesoro de Amanishakheto. La expedición de Lepsius realizó un amplio trabajo documental en el que dibujó, escribió y publicó sobre muchos lugares, templos y pirámides.
La segunda fase tuvo lugar en el siglo XX en la Baja Nubia, a todo ello dio un impulso la construcción de la gran presa de Asuán en Egipto que ponía en peligro muchos de los yacimientos arqueológicos de la zona. En este periodo se descifró la escritura meroítica (por FL. Griffith). George Reisner, en 1920, excavó en los cementerios nubios elaborando la lista de reyes de este reino.
Entre 1950 y 1960 e prosiguieron las investigaciones en Nubia. Se puso énfasis en la Baja Nubia donde se dieron con muchos hallazgos meroíticos.