Los fantasmas del hotel del Salto de Tequendama

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Dicen que aquellas personas que deciden quitarse la vida permanecen eternamente vagando en el Limbo, una dimensión entre nuestro mundo y el mas allá.

Quizás por eso, existe en Colombia un lugar en el que aún está presente la energía impregnada de aquellos que decidieron poner el final a sus días lanzándose al abismo.

¿Cuál es la historia del Hotel del Salto?

Para conocerla tenemos que situarnos en la zona del Salto de Tequendama. Se trata de una cascada de 157 metros de altura que se encontraba en un frondoso precipicio rodeado de bosques cayendo hacia un abismo rocoso. Está apenas a 30 kilómetros de la capital Bogotá, en el municipio de Soacha.

Este bello entorno se edificó el conocido Hotel del Salto, una edificación levantada en piedra con estilo francés colonial, que consta de tres plantas y dos sótanos.

Fue construido en el año 1923 siendo el presidente de la época, Pedro Nel Ospina, el artífice del proyecto. En un primer momento sirvió como lujosa estación de terminal del ferrocarril de Sur y también como hotel.

En 1927 se inauguró oficialmente como Hotel El Refugio del Salto, en el que solo se hospedaba la flor y nata de la élite colombiana.

El edificio se halla construido justo al borde del precipicio, y está protegido del mismo por una baranda de piedra que aún se mantiene en pie.

El lugar es de una belleza indiscutible así como produce una cierta inquietud. Invitamos a los oyentes a que busquen fotografías del lugar para que puedan comprobarlo.

Así, se mantuvo como hotel hasta los años 50, en que pasó a manos particulares para volver en los años 80 a convertirse con poco éxito en restaurante hotel de lujo. En los años 90 finalmente cerró definitivamente sus puertas como hospedaje debido a la falta de turismo provocada por el alarmante nivel de contaminación de las aguas del río Bogotá, tanto que la flora y fauna del lugar prácticamente desapareció.

El hotel del Salto se mantuvo cerrado y en situación de abandono hasta que en el año 2011 la actual propietaria a través de su fundación y con la ayuda de varias organizaciones reabrió el edificio convertido en museo y mirador del gran Salto, y lucha por recuperar el bosque y eliminar la espuma que cubre las aguas que antaño fluían limpias.

Pero el hotel del Salto es famoso por otro motivo… ¿Cuál es la otra historia del lugar?

Seis segundos, podéis contarlos uno detrás del otro. Ese es exactamente el tiempo que se tarda en caer desde el borde del precipicio hasta el fondo del abismo de aquél lugar. 157 metros de caída libre.

Y tal es la cantidad de personas que han perdido la vida lanzándose al vacío que lo llaman “el lago de los muertos”. A mediados del siglo pasado, las cifras de suicidio del Salto de Tequendama eran casi de una persona diaria.

De hecho, las autoridades de la zona se vieron obligadas a poner letreros que animaban a los visitantes que acudían con intenciones suicidas a intentar solucionar sus problemas antes de decidir tan fatal desenlace, e incluso tuvieron que poner policías que custodiaban el lugar.

A las nueve de la mañana solía llegar esta vigilancia, por lo que los suicidas comenzaron a preferir la noche para quitarse la vida
Así, el fondo de las aguas se convirtió en la tumba definitiva para los que optaban por terminar su existencia hasta el 22 de Enero de 1941.

¿Qué fue lo que ocurrió aquél día?

Ese día, por primera vez, se logra recuperar un cadáver del río. Era el de Eduardo Umaña y los encargados de tan macabra búsqueda fueron sus propios compañeros de los Taxis Rojos, que tardaron un total de 9 días en encontrarlo.

El primer día solo lograron llegar a 20 metros de la cascada, pero las aguas estaban demasiado revueltas y decidieron aplazarlo al días siguiente.

Cuando pararon la búsqueda, rendidos ante el primer fracaso, Jorge Bejarano, compañero y mejor amigo del suicida, trataría de saltar hasta 6 veces por el precipicio. Los demás compañeros tuvieron que reducirlo y llevarlo a la policía. Al parecer Eduardo y Jorge habían hecho un pacto de muerte: se quitarían la vida con un día de diferencia.

Por fin transcurridos 9 días encontraron el cuerpo de Eduardo semidesnudo y con una corbata tapando sus ojos.

A partir de aquella fecha, según Felipe González de Toledo, famoso cronista de la época, comenzó a optarse por otras formas de suicidio más privadas, como el ahorcamiento o el envenenamiento, esto se debería a la pérdida de la garantía de desaparición total del cuerpo.

¿Cuál es la aparición más famosa de la zona?

Uno de los espectros más visto según los que han visitado el lugar y han tenido la oportunidad de vivir un fenómeno paranormal allí es el fantasma de una monja, que al parecer cayó por accidente por el precipicio.

Un suceso que tiene a este fantasma como protagonista lo contaba un habitante de la zona, que relató haber quedado paralizado una noche por un susurro escalofriante.

Se encontraba durmiendo cuando sucedió, y aunque en principio trató de no prestar atención, los perros comenzaron a ladrar hasta que de repente se hizo el más absoluto silencio. Entonces escuchó una voz que susurraba su nombre. Aterrorizado, encendió la luz y comprobó que allí no había nadie. Notó un frío que lo estremeció. Decidió salir de la casa y fue entonces cuando pudo ver la figura de esta monja a lo lejos. Trató de hablar con ella, pero se giró y siguió caminando hasta que se perdió en la oscuridad de la noche.

¿También hay registrados suicidios por amor?

Alberto Campos se quitó la vida en el año 1932 dejando escrita una carta con los motivos de su suicidio a modo de venganza.

La joven María Prieto, quien siendo de buena cuna y a la edad de 18 años decidía lanzarse al vacío por la ingratitud de su novio, según dejó constar en una fotografía suya.

Se cuentan por centenares las personas que encontraron su desenlace con tan trágico final en aquel lugar.

También se dice que en el hotel pueden escucharse alaridos espeluznantes, se pueden comprobar bajadas bruscas de temperatura, susurros que no provienen de nadie y la sensación de estar siempre acompañado.

Y así, una tras otra, las vidas de aquellos desdichados que no encontraron la fuerza o el motivo para seguir entre los vivos, fueron quedando para siempre sepultados por las turbias aguas del río Bogotá.

Muchas son las almas que se perdieron allí, y quién sabe si aún siguen errando en busca de purgar sus penas.

La Virgen de los Suicidas, una imagen que se ubica en el fondo del acantilado, es la silenciosa testigo de cómo todos ellos quedaron sepultados en la bruma de sus aguas.