Las viejas ruinas de un palacio se han vuelto uno de los focos de atención del mundo del misterio tras ser el escenario de una investigación de «Cuarto Milenio» en su programa 500, dirigido por Iker Jiménez. La particularidad de este edificio es que se encuentra dentro de una instalación militar de difícil acceso.
Se ubica en la provincia de Toledo, dentro de un frondoso bosque que desde la época de la dominación árabe ya era conocido como Cisla o Sisla, era el año 1162 d.C. Allí, en ese año, ya se conocía la ermita de Santa María de Cisla, que dependía de la basílica de Santa Leocadia en la Vega Baja. Igualmente en el año 1384 se construyó un convento de los Jerónimos (el segundo en nuestro país) sobre ese mismo lugar, habían pasado más de dos siglos, era el año 1384 d.C.
El convento estaba en una zona que tenía una gran cantidad de recursos naturales y aquel remanso de paz sólo se vio alterado, en 1521, por la revuelta de los Comuneros de Castilla siendo el lugar donde se instaló el prior de San Juan y sus tropas para el asedio de Toledo. Allí se originó el llamado acuerdo de Concordia de La Sisla.
La tranquilidad de los Jerónimos se vio alterada, nuevamente, en 1808 con la lucha de España contra las tropas napoleónicas, hasta que en 1821 el convento fue vendido, como consecuencia de la primera desamortización, y la Orden Jerónima extinguida en 1835 siendo demolida la iglesia.
A comienzos del siglo XX se comienza a construir el palacio por la Condesa de Arcentales, señora de Pelizaeus y Condesa de Santa María de Sisla, hija de los marqueses de Cubas y Fontalba. El edificio integró lo que quedaba en pie del viejo convento y era tremendamente opulento destacando el lujo del mismo, tanto que varios directores de cine de la época decidieron grabar allí películas como «A buen juez mejor testigo» (1926) o «¡Qué tío más grande!» (1935), o revistas como «Vida Aristocrática» dedicaran, en 1922, un amplio reportaje.
Fue en la Guerra Civil cuando el palacio fue ocupado tanto por republicanos como falangistas, quedando muy deteriorado por el saqueo al que se vio sometido.
El propietario en aquellos duros años fue Álvaro Jofre Soubrier, hasta que el 1975 se expropia la propiedad y pasa a manos del Estado para ampliar el campo militar de la zona. El precio lo consideró injusto su dueño y decidió dinamitar la construcción dejándola en ruinas. Hoy es parte de la Academia de Infantería.
Sin embargo el lugar tiene su leyenda negra pues en la década de los años 30, del pasado siglo XX, se habla que en el interior del palacio se celebraron rituales extraños, misas negras e, incluso rituales satánicos. Puede que también se celebrara alguna reunión masónica dado que sus propietarios en la época tenían relación con la misma y recibían visitas de nobles masones.
Hoy en el lugar, con una indudable Historia, es objeto de investigación con autorización militar, se dice que se escuchan ruidos extraños, fantasmas, ecos del pasado y que se vive una intensa fenomenología paranormal que siempre estará entre la leyenda y la realidad.