España fue un país en el que brilló, lamentablemente, los rigores de la Santa Inquisición que actuó contra todo aquello que consideraba contra la fe y la religiosidad de la época, una época encorsetada en un malentendido cristianismo y valores católicos que hacía que más que respeto a la Iglesia de le tuviera miedo, y es el que el miedo era el arma del que se valían para «hacer entrar la fe».
Se relaciona a Lucía Escalante con los aquelarres en Granada, allá donde las hechiceras hacían sus particulares rituales y que estaban encargados por María de Orta (1731) quién sería acusada de brujería y se profanar cementerios así como de comunicarse con los animales, especialmente con los búhos que, junto a los gato, eran relacionados con prácticas hechiceriles. El logro de María de Orta fue el sobrevivir a la acusación merced a que fue la delatora de las otras brujas que participaban con ella en estos rituales.
Confesó ante la Santa Inquisición que había realizado pactos con el diablo y estar en contacto con brujas como Teresa Jiménez, la granadina María Matamoros o Ana Peñaflor.
La delatora: María de Orta
A la Historia pasó la frase de María de Orta: “Reniego de Dios, reniego de la Virgen María, reniego de los santos, no creo que Dios tiene poder alguno ni los santos, sino es el diablo. Éste es el que yo quiero, a éste adoraré y no a Dios, y le daré mi alma si me sacase de aquí. No quiero salvarme sino condenarme».
Delató a Lucía Escalante por hechicera al ofrecerle «piedras imantadas y una oración por la que se podía atraer a los hombres», y es que ella tenía la «especialidad» en «hechizar a los hombres y conseguir su amor para quién lo solicitara a cambio de unas monedas».
Así Lucía Escalante recomendaba que las mujeres que mantuvieren relaciones sexuales con hombres «durante el fornicio» debían apretar a este cruzando las manos por la espalda y, entre tanto, debían rezar: «Por estas cruces y las que vuelva a hacer, que no me olvides hasta que las vuelvas a ver».
Esto se consideraba brujería, el «hechizamiento de los hombres». Además el ritual tenía una continuación, Lucía Escalante recomendaba, tras concluir el acto sexual, recoger los fluidos tras el «fornicio» y hacer al hombre la señal de la cruz en la cintura.
Además tenía otros hechizos para atraer a varios hombres a la vez y eso hacía que se considerara peligrosa pues podía «una dama copular con dos hombres en el mismo lecho y a la vez» o incentivar las relaciones lésbicas.
Según la especialista Rocío Alamillos estas mujeres, más allá de ser brujas lo que trataban es de «materializar sus deseos sentimentales más íntimos sobreponiéndose a restricciones masculinas a través de la magia», algo que no tendría hoy día ninguna significación pero que en el siglo XVII, primer tercio, era algo imperdonable que ponía en jaque los valores cristianos.
El Tribunal Inquisitorial de Granada era considerado como uno de los más duros pues tenía un porcentaje de procesos contra los practicantes de brujería y hechicería que era superior a la media, había procesos contra los supersticiosos pues era el tercer motivo de condena tras el criptojudaísmo y el criptomahometanismo.
Inculpaciones y condenas
El Tribunal de Granada proponía hasta 232 inculpaciones de las que 19 son múltiples tales como «Hereje formal y sortilegio», «Judaísmo y pacto con el demonio», «Blasfemia y supersticioso», «Sospechoso de supersticiones y errores hereticales», «Apostasía y sortilegios», «Supersticiones y relapso en mahometanismo».
Lucía Escalante no tenía todo eso y seguía con sus prácticas habituales, ella asistía a las damas que buscaban el amor del hombre. Para ello realizaba conjuros para atraer a los hombres o para que los hijos amaran a su madre. Ella colocaba un lámpara encendida en el dedo del corazón diciendo: «Yo te conjuro con Satanás, con Barrabás, con el Diablo Cojuelo, que es ligero y buen mandadero, que me digas la verdad si ha de venir fulano, que andes» y si la lámpara se movía era señal que esa persona acudiría. La oración debía hacer en martes o en viernes.
Cuentan como Lucía Escalante llegó un día a casa de María de Orta con esas piedras imantadas -motivo de la denuncia- y las distribuye entre las presentes quedándose la más grande y recomendándoles «hacer en miércoles y viernes a hora de misa mayor que las echasen por espacio de una hora en aguardiente junto con la plata que cada una tuviese y un maravedí de San Lázaro», así da una oración para atraer al hombre deseado: «A mi cama me voy a acostar, a dormir, y descansar. Por el sueño de tus ojos se me venga a los míos, para que puedas estar conmigo la cama en que duermas, que sea de hortigas y que te piquen dos mil sabandijas, unas preñadas y otras por parir: el sueño de tus ojos se me venga a mí: por aquellos dolores que pesaron para parir, pases tú por verme a mí, que no te dejen parar, ni sosegar, hasta que conmigo vengas a estar y hablar».
Así les hace la exhortación y que golpeen tres veces el suelo con el pie, el número mágico (3) que se vinculaba a todas estas prácticas.
María de Orta recurre a estas hechiceras a fin de conseguir a su amante y que su marido no se diera cuenta que no le era fiel, incluso acude a otras brujas, como María N., que le da un imán para atraer al galán y que aborrezca a las mujeres (excepto a ella).
La pena para estas brujas era la muerte en la hoguera ya que habían renunciado a Dios para adorar al Demonio.