En la Historia de la Navegación hay muchos barcos que han pasado a denominarse «malditos» o víctimas de lo que en el supersticioso mundo de los marineros se consideraba como «hechizados» o «embrujados». Buena muestra de ello son el caso del «Holandés Errante» o el «Mary Celeste» pero en Cádiz encontramos también un buen ejemplo de ello.
Es la historia particular de un vapor gaditano llamo «Miraflores» propiedad de la «compañía naviera Vascongada, S.A.» fundada en 1899 y con buena reputación en cuanto a grandes vapores y confort. Uno de aquellos vapores era el «Miraflores», con 104 metros de eslora y un desplazamiento de 4.487 toneladas. Fue botado en el año 1918 y tenía cuatro bodega que podían albergar muchas toneladas de carbón.
El destino del «Miraflores»
Cuando se produce el golpe militar estaba en San Fernando y es requisado por los golpistas y trasladados a Matagorda, al dique en la capital gaditana.
El barco fue usado con fines oscuros pues era donde iban a parar todos aquellos que eran detenidos por ir contra «el Orden establecido» en aquellos duros momentos, en especial los contrarios al régimen impuesto.
El «Miraflores» fue usado como un punto negro donde se actuaba al margen de la Ley donde todo estaba permitido, desde torturar a los arrestados para arrancar una confesión o datos que fueran relevantes o de asesinar a todo aquel que supusiera «un peligro». La casi totalidad de personas que acababan en el «Miraflores» eran civiles dado que los militares los enviaban al castillo de Santa Catalina.
Los civiles temían al «Miraflores» por lo que implicaba, una sentencia de muerte donde si no confesaban corrían el riesgo de ser lanzados al agua convenientemente lastrados. Así el buque requisado fue el «barco de los horrores», el barco que era una especie de «checa» donde el que entraba, posiblemente, saliera con los pies por delante.
Todos los presuntos «enemigos» del régimen -salvo los que huyeron- acabaron con sus huesos en el «Miraflores», el Movimiento Nacional se encargó de ello, además era de actuación al margen de todo y quedaba fuera de los bandos de Queipo de Llano, aunque en su interior hubiera juicios sumarísimos y ejecuciones. Así el maltrato sindicalistas, homosexuales, masones, comunistas o considerados como «no afines» perdían toda capacidad de defensa.
Las condiciones dentro del «Miraflores» eran durísimas, convivían con ratas, el calor era insoportable en verano y la lógica humedad en invierno hacía estragos, caían enfermos y los que no eran torturados con, por ejemplo, la toma desmedida de aceite de ricino o palizas que acaban con la vida de muchos de aquellos que apenas podían ni mantenerse en pie cuando salían de una de aquellas «sesiones». Se dormía sobre jergones de esparto y las necesidades más básicas se hacían por la borda a la custodia de los guardias.
Víctimas y verdugos
Casi 3000 personas pasaron por esta «cárcel del terror», por ese «barco maldito» de infausto recuerdo. Pocas historias han trascendido de aquellos que estuvieron en el «Miraflores», una de ellas es la de Juan Cabeza Cano que fue trasladado de la plaza de toros al «Miraflores» el 18 de septiembre de 1936, curiosamente su muerte se produjo en dos ocasiones, el 14 de septiembre de 1936 y el 1 de octubre del mismo año. ¿Cómo era posible? Es un claro ejemplo del descontrol que existía y la numerosa población reclusa de la época.
Igualmente nos encontramos con Francisco Gómez Carrasco que fue hallado en la playa de la Victoria, fue trasladado al «Miraflores» el 4 de septiembre; se le relaciona con el periodismo en Cádiz y, por ello, considerado como un «elemento» subversivo.
Otro caso es el Antonio Peña Regueira que fue fusilado en la plaza de toros y sus restos encontrados en el cementerio de San José; también fue trasladado al «Miraflores» por orden del gobernador y el 23 de octubre trasladado del barco a la prisión de El Puerto de Santa María a donde jamás llegó. Se trataba de un marinero que era de un partido sindicalista y a la Izquierda Republicana, con lo que tenía pocas posibilidades de salir con vida de este trance.
José María Alhambra trabajaba en la base militar de Carabineros y falleció por «enteritis» aunque nadie quita a su familia pensar que en el traslado al «Miraflores» sufrió todo tipo de torturas pereciendo víctima de ellas.
En 1937 el buque dejaría de ser prisión y Germán Gil Yuste, Secretario de Guerra de la Junta Técnica del Estado, inició la devolución a la naciera para reintegrarse en la actividad el 9 de octubre de 1937, con posterioridad sería comprado por la naviera Ybarra dedicándolo al transporte de carbón.
El interior de aquel barco decían que estaba maldito por todo lo que se produjo en su interior. Es la historia poco conocida del «Miraflores», del barco maldito del puerto de Cádiz.