Reconozco que hay lugares en España que resultan muy inquietantes si atendemos todo lo que se cuenta que sucede en ellos y uno de esos puntos lo encontramos en la Sierra de Guadarrama, en Madrid, enclave que me trae buenos recuerdos y largas jornadas de investigación.
El punto al que les quiero llevar hoy es un viejo sanatorio ubicado en plena sierra y que fue utilizado, en un primer momento, para tratar a pacientes que padecían de tuberculosis, por aquella época -como hemos visto en otros casos- se decía que el aire puro curaría tal afección. Fruto de todo ello surgieron hospitales que, con el paso del tiempo y avance de la Ciencia, quedaron relegados a un segundo plano y hasta al olvido.
Su historia
El Sanatorio de La Marina se construyó en el año 1943 con una superficie de más de 67.000 metros cuadrados. Además en ellos se incluía un aparcamiento, piscina, por la Guerra Civil se construye con dos búnkeres y todos los requerimientos que un complejo sanitario de estas características necesitaba, todo ello en terrenos que cedió el ayuntamiento de Molinos en 1940.
Funcionó como hospital especializado en materia médica de neumología, por el ministerio de Defensa, como hospital militar, desde 1947 a 1995, para, con posterioridad, pasar a ser una clínica geriátrica dotada de todas las comodidades pues iba destinada a altos oficiales y cargos de la Marina.
A comienzos de la década del 2000 -en 2002- se decide, por desuso y carestía de personal para trabajarlo -personal militar-, que cerrara sus puertas y con algún uso para servicios del ayuntamiento o almacén de elementos de reformas urbanas.
El edificio es muy sorprendente pues es imponente, una enorme mole de hormigón en plena sierra no exenta de relatos de apariciones en su interior.
Fenómenos inexplicables y experiencias sorprendentes
Dentro del edificio dicen que aún se pueden escuchar los gemidos de quienes estuvieron allí ingresados y que, «desde el otro lado» estarían manifestándose. Nacho Aranda me decía: «Yo estuve aquí con unos amigos, investigando un poco. Esperamos a la noche, como puedes ver aquí se pueden entrar bien y no hay nadie y si hay alguien vigilando estará en el coche y no viene. La cosa es que comenzamos a investigar por los sótanos y demás y fue cuando escuchamos como alguien lloraba, era una persona, seguro. Fuimos orientados por el sonido y acabamos en la segunda planta, con un frío de muerte, pero no había nadie. Lo que sentimos allí era ese llanto y, luego, una presencia, una sombre que se alejó por este pasillo [justo en el lugar en el que nos encontrábamos]. Lo peor fue que, momentos después sentimos, al lado de nosotros, como si alguien respirara con mucha dificultad, vamos, aquello era humano» relataba.
«Yo he venido a jugar aquí al airsoft en dos ocasiones y las dos tuvimos que parar por que pasaban muchas cosas raras, lo primero es que las armas se encasquillaban y las eléctricas o por CO2 no tenían fuerza. Luego sentimos pasos en el pasillo pero mirábamos y no había nadie. Otra ocasión alguien, de forma muy apagada, pedía ayuda, nos recorrimos la planta donde estábamos nosotros la de encima y la de abajo y no había nadie, aquello no tenía explicación» nos decía David Soriano, que nos acompañaba también en esta visita.
Pasear por el interior de este edificio es hacer un viaje en el tiempo, pintadas que no enturbian la imaginación de como debió ser, puertas desvencijadas que, ocasionalmente, dan un portazo como movidas por una manos invisibles o porrazos que no vienen de ningún sitio y que dan escalofríos sumado a la baja temperatura -natural- del lugar.
Es un punto para perderse y sentir como si te acecharan, como si te vigilaran. Aún destaca el mármol blanco de determinadas partes o la vieja capilla donde hicimos varias psicofonías con «voces» que nos decían: «Salid», «no os quiero» o «vete». ¿De dónde surgían? Es el misterio de un tema apasionante.
Fue curioso sentir en la parte de quirófanos como venía un penetrante olor a desinfectante: «Esto es normal» me decía uno de mis acompañantes o en la zona de laboratorios.
En la cuarta planta pudimos sentir un respirar lastimero, dificultoso, «será un animal» dije, pero lo cierto es que allí no había nadie. Tras recorrer el edificio -en mayor o menor medida- y hacer múltiples pruebas, al bajar, sentimos tras nosotros unas pisadas y una silueta que se alejaba por la esquina hacia un pasillo. Cuando fuimos a ver ya no había nada, tal vez porque allí no había nadie más que nosotros, al menos de este mundo.