Es una de las catedrales más bellas del mundo y de las que más misterios encierran en su interior, sus dimensiones asombran al mundo y en su interior se guardan los vestigios de un pasado que cabalga entre la leyenda y la realidad, entre el misterio, lo quimérico, lo simbólico.
Nada parece estar dejado al azar en éste gigante de piedra cuyo significado va más allá de las creencias, de la fe, de lo que podríamos pensar y esperar de un templo donde se dan la mano devoción y misterio.
Mide ciento treinta metros de lago por cuarenta y seis de ancho, tiene treinta y seis metros de alto y dos torres impresionantes que alcanzan una altura de cien metros.
Destaca de esta poderosa estructura religiosa ciento setenta y tres hermosas vidrieras donde destacan sus increíbles coloridos y pasajes, unas vidrieras que se consideran una de las joyas del Arte de nuestra Humanidad y donde puede considerarse que representa una especie de Biblia en cristal cuyo trabajo se extendió en más de tres décadas. Su construcción refleja poderío, desborda conocimientos, resuma el sabor de lo oculto, de lo desconocido al profano y expuesto al iniciado que, como ocurre en otros grandes templos, se encuentra a vista de público, de turistas y visitantes.
El arquitecto, como ocurre en la catedral de Sevilla, pasará a la Historia por ser anónimo, en el caso de la ciudad hispalense por ser un sobrenombre cuya identidad se escondía tras Lorenzo Mercadante de Bretaña, y en Chartres por haber quedado olvidado. Pero por la perfección de su construcción se trataba de todo un experto que decidió revolucionar el concepto y el gótico temprano sacrificando muros y, en su lugar, ubicando arcos ojivales sobre los que descansa el peso de esta prodigiosa obra.
Para llegar a Chartres tendremos tan sólo que alejarnos 90 kilómetros de la capital francesa, de París, en medio de una colina se alza una prodigiosa catedral, a orillas del Eure, en la misma zona, zona de druidas y de antiguos y ancestrales cultos, también podemos encontrar un dolmen milenario, de la época de los grandes monumentos megalíticos de Europa, tal vez como un guiño a que el lugar fue antaño uno de esos sitios elegidos para realizar cultos paganos a las deidades del viejo pueblo galo, dólmenes que nos indican la extraordinaria cultura de pueblos primitivos que tenían profundas creencias.
Suelen estar construidas las catedrales en puntos en los que se erigieron otros monumentos religiosos o de culto y que, hoy por hoy, son considerados como lugares de poder, muy raras son las que se escapan de esta consideración. Lugares de confluencias energéticas, de fuerte impacto telúrico, allá donde nos podemos encontrar con una auténtica fuente de revitalización para los seres vivos.
Tanto el dolmen como el pozo que se encuentra en esta misma zona tenían la consideración de sagrados existiendo una bella leyenda en la cual se narra como un druida, hace más de dos milenios vaticinó, a modo de profecía, como en lejanas tierras nacería un niño de una mujer virgen y que debería de redimir los pecados del mundo. Debido a ello la catedral de Chartres se consagró a la Virgen y se veneraba en ella a una imagen de la Virgen Negra, que luego tendría reminiscencias templarias y hasta quien la quiso ver casi herética.
Curiosamente la imagen de esa Virgen Negra fue adorada antes del cristianismo y la talló en el tronco de un peral un artesano celta siguiendo las indicaciones de los sabios druidas. La Virgen Negra portaba en brazos a un niño siendo un fiel reflejo, a imagen y semejanza, de la diosa egipcia Isis y su hijo Horus, que tanto paralelismos guardan con respecto a la figura de Jesús de Nazaret y su madre María.
Aquella imagen divina, reverenciada por los druidas, fue llevaba a una cueva y llamada Virgen Subterránea. Se descubrió por los cristianos en el siglo III y creyeron –con acierto- que ese lugar era sagrado decidiendo que sería el lugar perfecto para edificar, allí mismo, una iglesia.
La actual catedral de Chartres es el sexto templo que admiramos en ese mismo emplazamiento, los otros fueron pasto de las llamas. La primera iglesia fue incendiada por el belicoso duque de Aquitania en el año 743; la segunda corrió la misma suerte de manos vikingas en el 858, incendios accidentales consumieron las siguientes en los años 962, 1020 y 1194, éste último se extendió a toda la ciudad originando un pavoroso y masivo incendio, el fuego no se apagaba y las llamas eran vistas desde París, todo quedó reducido a cenizas.
Curiosamente se buscó la imagen de la Virgen y se halló el manto que el nieto de Carlomagno donó en el 876, no había sufrido daños, de las cenizas del templo surgió la imponente catedral que todos hoy pueden admirar.
El auge de la catedral de Chartres comenzó en el siglo XII, cuenta la leyenda que los caballeros templarios pudieron haber encontrado en Tierra Santa el anillo de Moisés con las medidas de la perfección, los monjes cistercienses habrían descifrado el mismo y construido la catedral en función a ellos.
Chartres tiene una edificación que guarda relación íntima con la sección áurea (1,618 a 1), todo está relacionado en sus medidas con esta singular relación, como si quisiera indicarnos algo. La distancia al agua bajo el altar de encuentra a treinta y siete metros, la misma al tejado gótico. Proporciones perfectas para un templo perfecto.