Tanatonautas: billete de ida y vuelta a la muerte

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La muerte es un momento que a todos nos asusta, a todos nos da miedo cruzar esa línea en la que no sabemos que nos depara o que hay más allá. Por ello resulta tan sugerentes los relatos sobre experiencias cercanas a la muerte y todo lo que es ese paso que describen aquellos que han estado en el umbral de la vida y la muerte.

El tema de puso de moda -y contemplado con otras perspectivas- a raíz de una película llamada «Línea Mortal» (Flatliners) de 1990 dirigida por Joel Schumacher y con un sensacional reparto en el que destacaban jóvenes actores -ya consagrados- como Kiefer Sutherland, Julia Roberts, Kevin Bacon, William Baldwin y Oliver Platt.

Volver a la vida

El argumento era tan inquietante como posible de realizar: un grupo de cinco estudiantes interesados en casos de personas que han estado clínicamente muertos, ese interés les lleva a querer experimentar por ellos mismos que ocurre cuando se está en tan delicado trance y se someten a una experiencia de muerte clínica voluntaria forzando la paralización del corazón y el cerebro siendo monitorizados en todo momento. Cuando el monitor da una línea plana es que ese momento ha llegado y se comienza la reanimación. Tras «volver a la vida» cada uno de los chicos comenta su experiencia siendo más o menos traumáticas y no libres de «efectos secundarios».

Pero… ¿Es posible? La respuesta es un SI rotundo. Hay personas que han realizado ese viaje de forma controlada. Evidentemente no es legal ni está permitido, lo prohíben las normas y la ética médica pero cierto es que hay quienes se han sometido a este tipo de experiencias y los resultados han sido impactantes. Hace cuestión de un año y medio tuve la ocasión de hablar con un grupo de médicos muy interesados en este tema. Fue a raíz de una conferencia que di sobre «Experiencias Cercanas a la Muerte» cuando en el turno de «preguntas» me consultaron por todo ello. Ya había escuchado este mismo tema en ocasiones anteriores y el dilema moral que ello provocaba pero también el avance en este tipo de cuestiones y, la verdad, siempre entendí que en lo que Medicina y Ciencia se trata siempre hubo un punto de riesgo, como aquellos que se inoculan una vacuna para saber sus efectividad y efectos, este caso no es mucho más que todo eso aunque lo que se pone en juego pueda ser la propia vida. La contraprestación es una experiencia que puede ser fascinante pero, ¿merece la pena?

Me sorprendió cuando acabé aquella experiencia y una persona, junto a una acompañante, me esperaban iniciando una conversación en la que le interesaba vivamente mi opinión sobre determinados temas. Me pidió que nos sentáramos en unos asientos en el exterior del recinto donde se dio la conferencia y me pidió mi opinión sobre unos casos. Pensé que se trataba de una persona apasionada de estos temas.

Experiencias cercanas a la muerte

De una carpeta que llevaba, de las típicas azules de elásticos, sacó una serie de documentos, hojas de informes, me llamó la atención que eran cuadros médicos, diagnósticos, todo con nombres tapados y sin desvelar identidades, documentos oficiales. No pude reprimir mi curiosidad y le dije: «Una de dos: o te has encontrado todo esto tirado en un contenedor o lo has sacado de un hospital». Sonrió y me dijo que más bien lo segundo. Que era médico y que le interesaban mucho estas cosas, que estuvo en contacto con el difunto doctor Enrique Vila, que para mi fuera un buen amigo y orientador en este tema, sobre todo a raíz de su obra póstuma «Yo vi la luz» (Absalon Ediciones). Así leí todo detenidamente y eran personas que habían sido declaradas clínicamente muertas y que, sin saber cómo, habían logrado regresar de un viaje sin aparente retorno.

Me pidió mi opinión sobre este tema y le expresé mi convencimiento que las experiencias de todas esas personas habían sido reales, otra cosa es descubrir la naturaleza de las mismas y debido a qué. Le expliqué que en el año 2010, en octubre, sufrí un tremendo accidente de tráfico con mi motocicleta, quedé mal parado y durante el trayecto al hospital, pese a ir fuertemente anestesiado, podía escuchar todas las conversaciones que tenían en la ambulancia, de la preocupación por llegar rápido al centro médico, de ver una escena como fuera de mi cuerpo o de ver una luz lejana que, posteriormente, quise atribuir al efecto de los fármacos que me introdujeron para mitigar dolor o estabilizar las constantes.

De esta forma la conversación quedó emplazada al despacho profesional y poder hablar más tranquilamente de todo ello. Por eso me dirigí al día siguiente a la dirección facilitada y derivó todo a un viaje voluntario a esa frontera de la «vida y la muerte», viaje controlado con reanimación posterior. Me pareció de locura e interesante al 50% y de como, él mismo, había tenido la oportunidad de experimentar ese viaje con un completo cuadro e informes de todo ese viaje en el que coincidía con lo que eran los estereotipos de ECM que muchos narraban. Además había coincidido en un hospital con colegas interesados en esta materia y en esas experiencias donde redactaban informes sobre ello de los llamados «Tanatonautas».

Incluso hablamos del libro-novela de Bernard Werber donde un anestesista consigue reducir las constantes vitales de una persona hasta llevarla a un estado de muerte inducida y despertarla para contar su experiencia. Así la posibilidad de inducir un estado de estas características, que para mí era impensable, más propio de un guion de cine que de la realidad, cobró un nuevo significado, quizás más transgresor o curioso de desvelar un eterno misterio en torno a si hay vida después de la vida.

Un quirófano con todos los requisitos y fármacos adecuados, un personal preparado, abundante información sobre el tema, cuadros clínicos estudiados y experiencias en un terreno no apto para personas con apego a esta vida. «¿Y tú te atreverías?» me preguntó mirándome a los ojos. Mi respuesta fue rápida: «Sí», pero eso es ya otra historia.