Ontiveros parece llevar en la sangre el gen que lo libra de ser un zombi más en la apocalíptica plantilla cadista. Con sus hechuras de virguero y de esta condenado a una orden de alejamiento de todo restaurante de comida rápida de la geografía española, es la única alegría visual para el abonado amarillo, última esperanza de pegar un respingo en la butaca, o el butacón, según si el partido es en casa o fuera.
Ni que decir tiene que él solito se ha autoproclamado imprescindible en los onces iniciales, junto a su fiel escudero, segundo de abordo y contramaestre Brian Ocampo, el único que es capaz de complementarle y entender la lengua futbolera en la que habla sin intérprete de por medio.
El sábado, Ontiveros, marcó tres goles, y aunque uno de ellos no valió para el partido, sí valió para nuestro paladar. En todos dejó claro su instinto, su rápida conexión entre la cabeza y el tobillo, propia de jugadores elegidos, cualidad que se sobrepone a su tendencia anti-fitness, ya que Ontiveros, como los mejores, es más futbolista de asfalto que de gimnasio. De este año, es casi lo único que justifica estar los 5.400 segundos y pico del partido pendiente al césped, sin estar de charla con el de al lado, sin mirar el móvil, sin ir al baño. Para no perderte lo que vaya a hacer: la picadita que le busque la ruina al portero, el disparo con tres dedos, el avance arrabalero entre defensas de uno noventa… lo que sea.
El oasis ontiveriano contrasta con la sequía del resto del equipo
Pero no te lo pierdas. Eso sí, y tenlo claro. El oasis ontiveriano, lo único que pone de manifiesto es que el resto no acompaña. Ontiveros es muy bueno, pero no da para salvar al equipo. De hecho, lleva dos descensos a Primera RFEF en los últimos tres años. No hacen falta once Ontiveros. Con uno nos vale. Lo que necesitamos es que los diez restantes estén a la altura.
Por cierto, como te iba diciendo, uno de los golazos del malagueño sólo sirvió para nuestro regocijo temporal, porque fue anulado a posteriori. Parece imposible que un trallazo desde 30 metros sea anulado por fuera de juego, pero llegó el VAR y ordenó parar. Se abre en estos días el enésimo debate acerca de la conveniencia del aparatito de marras, y el proceso de desencanto en el que ha entrado el fútbol después de que por cada gol que se marca, por muy legal que parezca, se origine una celebración sospechosa a expensas de un fuera de juego o un pisotón previo.
La aplicación del dichoso artilugio demoníaco en goles marcados por equipos grandes, y posteriormente anulados, abre aún más las discusiones como era de esperar. Que no es lo mismo una inyustissia que otra, bien lo sabe Dios. Y digo yo que por un lado, eliminar el VAR a estas alturas podría convertirse en una doble pirueta excesivamente escardante: sin VAR veríamos goles en fuera de juego en contra nuestra, y nos preguntaríamos por qué el aparato que lo detecta está desenchufado, empaquetado y guardado en el trastero. La des-varización sería un proceso igual de conflictivo, o más.
Quizás los jerifaltes federativos, aprovechando algún viaje a Arabia, o alguna sobremesa al influjo del Cardhu, tendrían que sacar el temita y darle una vueltecita. El cachivache necesita una miraíta, y meterle mano a algunos asuntos. Como por ejemplo, que el monigote que sale en la pantalla sustituya al futbolista de verdad (a medida que crece la Inteligencia artificial, también crece la estupidez natural, oiga), y sobre todo, algo que me reconcome de siempre: aceptamos la precisión quirúrgica con la que aplican a la hora de tirar las líneas… pero… ¿Es el aparato también tan milimétricamente perfecto midiendo el instante en el que la pelota sale del pie del futbolista que da el pase?
A ver si el problema no es de milímetros, sino de milisegundos. Que ahí no llega la tecnología, amigo. Y que puestos a ser minuciosos, lo mismo mientras el delineante te está dibujando las líneas, el balón ya está dos centímetros por delante de la bota del jugador asistente. Vete a saber. Apliquen un margen de error, y en casos de fueras de juego dentro de un margen de distancia preestablecido, decreten al delantero en línea, y palante.
Con todo y con eso, siempre se marcaran goles provenientes de faltas dudosas, o de saques de esquinas erróneos, extremos donde el VAR se marca un Pilatos y se lava las manos. Por lo que los lunes seguiremos discutiendo, rajando, polemizando… pero ¿Qué sería de un lunes sin su polémica oé?
Catorce partidos, catorce puntos. Cuentas fáciles
Volviendo a la vida real, catorce partidos, catorce puntos. Cuentas fáciles. El promedio te pone en cuarenta y dos puntos en junio, lo cual no da para salvarse. No se fíen de la posición actual que hay equipos con partidos pendientes por debajo. El empate en Miranda de Ebro nos resulta casi heróico a estas alturas, cosa triste ésta, cuando viniendo desde donde venimos, rascar puntos como el que rasca una calicha de una pared encalá, tendría que sonarnos a deshonor.
En términos históricos, tanto que me gusta bucear en los archivos y a tí aguantar la frikada, a esas alturas esta es la tercera peor temporada en Segunda de la historia. Nos supera el desastre de la 93/94 y la 61/62 que terminó con final feliz porque nos salvamos. Es más, cinco descensos colecciona el Cádiz de la segunda categoría del fútbol patrio a la tercera. Pues en cuatro de ellos en la jornada 14 habíamos sacado más puntos.
Cuidado con los números, con la tendencia, con la dinámica. Un tercio de liga se ha desperdiciado ya, y estamos en el pelotón de cola. A estas alturas yo creo que se puede ir confirmando que no hay que pensar en otra cosa que no sea un “virgencita déjame como estoy”, osease, salvar la categoría. Ese es el objetivo, chavalada. El mismo objetivo que teníamos el año pasado, pero una categoría más abajo. Una monería, vaya.