“Que las palabras se quedan cortas para decir todo lo que siento” cantaba Seguridad Social, grupo musical levantino, y cuyo tema Chiquilla que contenía la frase esa que te he puesto al principio, sonaba machaconadamente en los pubs de la Punta hace ahora treinta y poquitos años, precisamente en época cadista para olvidar y caracterizada sin lugar a dudas por la camiseta de los triangulitos.
Precisamente la misma camiseta que esta temporada se ha intentado imitar, y de la que no dudo del éxito de ventas, pero permítanme que sospeche del sangui que tiene en to lo alto. Veo esas mangas con la parte sobaquera impregnada por triangulitos azules en modo papelillos final de popurrí, y veo a los Stimac, Quino, Acosta y otros ínclitos de la época arrastrando el escudo por aquella Segunda División del 93, enfangada, con gradas de cemento, y sin nombres en la camiseta.
Y me da susto… mucho susto. Porque se viene uno del fútbol camino de casa y tararea lo de las palabras cortas para decir lo que se siente. Porque hasta el nombre del grupo viene al caso: Seguridad Social, y ve uno al Cádiz con un batín celeste de esos que te dejan el culo fuera, enganchado a un gotero sin tirar ni palante ni patrás. Que no estamos en la UCI, como decía aquel, pero que mejoría tampoco se ve. Más bien lo contrario.
Y es que jugar en casa se ha vuelto una tortura. Por lo menos para el aficionado de a pie. Ignoro si sentirán lo mismo los que se pegan la merendola al descanso después de subir los escalones del palco como Pogacar subiendo el Aubisque, no sea que se acaben los ricos aperitivos lebrijanos. El pasito para adelante que se da fuera, sólo sirve para dar impulso a la inversa y dar dos pasos para atrás en casa. Con la clásica fotito de familia post-victoria, conocemos ya dos vestuarios foráneos, pero aún no sabemos si en el Mirandilla el vestuario local tiene perlita o tiene gotelé en la pared.
El imponente Nuevo Mirandilla en lugar de hacer chiquititos a los equipos visitantes, los convierte en una mezcla del Brasil de Pelé y el Ajax de Cruyff
Tirando de hemeroteca friqui, en Segunda División nunca-nunca never-never habíamos llegado al cuarto partido en casa sin ganar alguno. Incluyendo aquel trágico 1993. El imponente Nuevo Mirandilla con su tribunón en segunda línea de playa, su portentosa y discotequera megafonía y su porte de Primera, en lugar de hacer chiquititos a los equipos visitantes, los convierte en una mezcla del Brasil de Pelé y el Ajax de Cruyff.
Dirán que al equipo no le conviene el ambiente de continua bulla que se respira en el graderío cuando se mira hacia el trono presidencial y anexos. Así que todavía puede que la culpa de la horripilante trayectoria como locales puede que se la echen a tí o a mí, o a cualquiera de los que los días de partido se pone la camiseta amarilla tal como se levanta, se toma su cacharrito en la previa, y con el paquete de pipas en una mano y en la otra el carné, accede a su localidad y se sienta allí a verlas venir. No te extrañes, espérate cualquier cosa. Lo mismo hasta nos traspasan en el mercado de invierno, fíjate.
Centrándonos en el verde que te quiero verde, quitando algún destellito de Ontiveros, uno parece estar viendo el mismo partido desde hace un año. Como un mal culebrón de ochocientos capítulos que carece de giro de guión, y cuya única misión es tener empantallado al personal a la hora de la sobremesa. Así es la sensación. Los mismos protagonistas, los mismos argumentos, y nunca pasa nada que provoque el respingo en el sofá, o en este caso, la plegable butaca de plástico mirandillera.
El Eldense, con esa vitola de equipo menor, nos dio en ciertos momentos unos meneos mediocamperos dignos de coreados populares en forma de “olés”, de esos que tanto escardan
Ni el penalty, siendo discutible, se discute. Como si se supiera tarde o temprano que si no marcaban de penalty, lo harían de otra manera. Porque el Eldense, con esa vitola de equipo menor, nos dio en ciertos momentos unos meneos mediocamperos dignos de coreados populares en forma de “olés”, de esos que tanto escardan. Ese campo que nos parecía estrecho y superpoblado como un barrio de Bombay cuando teníamos la pelota, se convertía en vasto latifundio cuando la tenían ellos. Amplios espacios donde movían la pelota como el que juega un tres para tres en una bajamar invernal en Cortadura. Sin duda, provocado por la asfixia de unos jugadores cadistas, que presionan la salida del balón del rival como kamikazes, pero que, pasados treinta minutos de partido, no tienen más remedio que regresar a sus puestos de la medular con la triste cadencia de trote del farolillo rojo de la Maratón de Nueva York.
Todo esto aliñado por jugadores eldensistas (o como se diga) ausentes de defensa que lo marcara, sin perro de presa que los contuviera, solos como la una. Como en aquel famoso chiste de la orgía, alguien dentro del campo debería gritar aquello de “¡Organización!”, porque la sensación de desmembramiento, de bloque despedazado, sigue siendo la misma después de mes y medio. El castigo depende de lo espabilado que esté el equipo rival. Si es el Zaragoza nos mete cuatro, si es el recatadito Ferrol, manga un empate. Total, que con este panorama nos colamos en octubre, y con Octubre, tres partidos más en casa (ojú) y dos a domicilio con rivales ya de cierta enjundia clasificatoria (más ojú). Y en el coco que no para de resonar la cancioncita… “Que las palabras se quedan cortas, naninonino naninonino….”