¿Podría haber algo peor que ver en casa nuestra manifiesta incapacidad para ganar un partido? Pues sí. Creernos que somos capaces de ganarlo, ir ganándolo, y que al final no lo ganemos.
Es como regalarte esa cómoda sensación de que todo se está estabilizando, de que lo peor ha pasado… y cuando relajado en tu butaquita comienzas a esbozar una media sonrisa de satisfacción.. ¡Zas! ¡Despierta carahote! Espabila, iluso espectador, porque seguimos siendo el desastre de la semana pasada, y de la anterior, y de la otra…
Seguimos igual… o peor, porque esta vez la cara de tonto en el bus de vuelta es aún más marcada, más de tonto que nunca. Ahí iban regresando a casa esas tropas de cadistas, que se lanzaron a la calle en esa tarde perruna, con bufandas, chubasqueros industriales, paraguas romos, dispuestos a trincar la pulmonía de sus vidas bajo un aguacero digno de alerta naranja, con la amenaza no sólo de la tormenta, sino también de la pajarraca en la grada, y de algún quilombo inexplicable por mor de los muchachitos de la mano tiesa que, al parecer, dijeron que venían fascisteando desde tierras malagueñas…
Pues ahí iban de vuelta esos cadistas, con la única satisfacción de haber tenido que soportar sólo cuatro gotas, dejar aparcada la bronconeumonía, y no llegar a casa con una brecha en la frente. Maldiciendo en arameo, sin ganas de mirar la tabla clasificatoria, y preguntándose por qué nos pasa esto a nosotros, y sobre todo por qué es tan difícil ver in situ, aquí, en casa, un partido completito de los nuestros. Ni en Primera, ni en Segunda, y me temo que ni rescatando el mítico partidillo de los jueves por la tarde, lugar de reunión inexcusable para el pureteo aburrido habitante de la edad de oro cadista. Snif.
Ya están tardando en el club de ponerle un plan individualizado, personal e intransferible a Ontiveros para que nos dure a tope los 90 minutos.
Otra pregunta ya que estamos. ¿Por qué nuestros jugadores se cansan más y antes que el resto de futbolistas del mundo mundial? Uno intenta hasta tener empatía con el futbolista que en el minuto 60 anda listo de papeles, porque proyecta su “yo” y se da cuenta, a poco que haya correteado por un césped de 105 por 70 metros, lo agotador que resulta y lo lógico de llevar la lengua fuera y tener ese dolor típico de hígado trepanado después de un ratito de trote. Pero claro, no hablamos de usted o de mí, sino de profesionales con una preparación particular y una pila de gachones al lado ajustándole las tuercas como si fueran el coche de Fernando Alonso. Y si no es así (que lo ignoro), ya están tardando en el club de ponerle un plan individualizado, personal e intransferible a Ontiveros, (u Ontíveros esdrújulo como dice el marcador, no estaría mal esta aclaración) para que nos dure a tope los 90 minutos.
No podemos permitirnos el lujo de tener al futbolista con más ingenio dentro del campo con las piernas entumecidas a la hora y poco de juego. Sean sesiones de gimnasia sueca alternas, dietas del cucurucho, masajes tailandeses, o lo que sea. Pero a éste pónganlo en órbita por favor. Lo mismo que el octavillita tiene que estar toda la semana de Carnaval a base de propóleo, gengibre y leche calentita con miel, y el postulante va al ritmo de cinco cubatas con hielo por noche carpera, Ontiveros no puede hacer las mismas sentadillas que Glauder y correr las mismos kilómetros que Zaldúa. Por poner un ejemplo.
Valga esto mismo para Ocampo, ya puestos. Que le pongan a un entrenador personal, a un asistente que le haga la comida y le lleve las bolsas pesadas. al señor Miyagui el de Karate Kid o al que haga falta. Pero que nos duren los dos los 90 minutos, por favor.
Aparte de estos dos, tenemos a uno de los mejores jugadores de la categoría, (que me da que se la queda chica) y cuidado y ojo al mercado navideño, a ver si este hombre desaparece como desapareció el Dioni con el dinero (Dioni el miguiñi, no el que marcó el gol del Málaga). Me refiero a Kouamé. Con el de Mali, los dos que te dije antes y algo más de lo que se propone en punta, de mitad para arriba somos solventes por encima de la media de la categoría, siempre y cuando anden en una forma física aceptable.
Lo chungo, y de lo que todo el mundo habla por las esquinas y las barras de los bares, es de la mitad para atrás. Tampoco desde aquí se va a aportar mucho más de lo que ya es una evidencia. Como nos pongamos a sacar numeritos y estadísticas históricas, por semana que pasa se van coleccionando records históricos de goles encajados, puntos perdidos en casa, etc…
Algún que otro abuelito que en sus años mozos vistiera la camisola amarilla, hoy respira aliviado porque entrado el siglo XXI, aparece un Cádiz que encaja más goles que el suyo, y eso que en el de blanco y negro, al fútbol se jugaba con tres defensas, cinco delanteros, pañolón en el coco y soltura en los marcajes. La base defensiva del equipo inspira un tembleque en el espectador digno del Jalogüín que se nos echa encima cada vez que la pelota merodea el área cadista.
Y sobre todo, esa desconexión en muchos momentos, que provoca que finde sí, finde también, veamos a nuestro rivales meneando el esférico a su antojo en nuestra cara, como versiones actualizadas de la Brasil de Pelé, la Alemania de Matthaus, o el Milan de Arrigo Sacchi
La falta de contundencia, el descontrol, la renuncia al patapún parriba y mandar la pelota a la galaxia de Andrómeda en momentos de agobio en lugar de esa manía de colocar el cuerpo en posturitas protectoras inverosímiles, casi de lucha grecorromana, con el único fin de que el contrario no tenga acceso a la pelotita… y sobre todo, esa desconexión en muchos momentos, que provoca que finde sí, finde también, veamos a nuestro rivales meneando el esférico a su antojo en nuestra cara, como versiones actualizadas de la Brasil de Pelé, la Alemania de Matthaus, o el Milan de Arrigo Sacchi.
El sábado, gracias a la indumentaria, uno parecía ver en ciertos momentos a la Argentina actual campeona mundial. Cualquier chaval de El Palo, o de Fuengirola, se convirtió por arte de birlibirloque colorista y textil, en McAllister, Di Maria o Lautaro Martínez. Decían que en Segunda el fútbol iba a ser más divertido. Y llevaban razón. Sólo que el fútbol divertido lo hacen los otros.