La crónica del Cádiz CF-Racing de Ferrol (0-0) de Vera Luque: Cuestión de perspectiva

En su crónica, José Antonio Vera describe el arranque del Cádiz como una ‘cabalgata fenicia’ donde la afición oscila entre el ‘buen rollito’ por los puntos y el ‘lado oscuro’ por la falta de ambición

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Rubén Sobrino no termina de arrancar como extremo derecho. Foto: Cádiz CF.

Estos empatitos a principios de temporada, con levantito y espesor, vienen a ser como las cabalgatas fenicias. Que según la perspectiva, pueden estar muy bien y petarlo todo, o rozar los berlanguesco con esa bizarra paraguada popular a paso de horquilla. Pues el partido de ayer, ídem.

Si nos ponemos las gafas del optimismo y del buen rollito, diremos que sumamos un puntito más, y con ésta ya son cuatro jornadas sin perder,o que por fin terminamos un partido con la portería a cero y tal y cual.

Si por el contrario nos pasamos al lado oscuro del cadista refunfuñón, cual Señor Scrooge escuchando una pandereta, veremos un Cádiz que no termina de arrancar, y que en cinco partidos que llevamos en la categoría de plata, sólo ha dado diez minutos aprovechadísimos de inspiración goleadora, y un par de arreones con desigual resultado. Si volvemos a ponernos el traje de angelito bondadoso y sonriente, oye pues mira, el primer año de la era Cerveriana en Segunda a estas alturas teníamos un punto menos y acabamos jugando el Play-off con el Tenerife.

Sin embargo, enfundándonos el disfraz de demonio con su rabo y cuernos correspondientes, nos parece que venir desde arriba nos obliga a algo más que instalarnos en la zona mediocre de la categoría. Todo depende de la ambición que cada uno le eche al guiso. Y teniendo en cuenta que nos acabamos de enterar que somo líderes en eso que llaman tope salarial, digo yo que lo mismo toca aspirar a algo más que echar la temporadita medio tranquilo. Y a poco que tiremos de calculadora, seis puntos cada cinco partidos nos da para salvarnos a finales de mayo y con cierto acojonamiento.

Más no preocuparse, chavalada. Que llegarán buenas rachas donde recuperemos el espacio perdido hasta ahora. Digo yo, vamos. Porque si no….

Las esperanzas de que con el otoño llegue la alegría se basan más que nada en que aparezcan los que hasta ahora no han aparecido por mor de las lesiones o de los berrinches, según el caso. Pongamos que hablo de Carlitos Fernández, Melendo o Roger por un lado, y por Kouamé I el incomprendido, o el incomprendedor, porque no sabe uno por donde van los tiros en el quilombo laboral del susodicho, una vez que se sabe que con Fali también hay movida a la hora de apoquinarle cada mes. Esta minirrevolución otoñal puede ser el resorte necesario para un cambio de rumbo que aún no se atisba.

En ese cambio casi radical, uno que se ha adelantado es Matos. Mira que después del día del Zaragoza muchos quisieron descambiarlo y rezaron para que el ticket de compra no se hubiera quedado en el bolsillo del vaquero cuando fue para la lavadora. Afortunadamente, los experimentos para cubrir el lateral izquierdo parecen difuminarse, y esta zona del campo tiene dueño y señor en la persona de este señor bajito y de medias caídas, detalle que le da cierta personalidad estética dentro del terreno.

También hay que decir que como la camisa del Camarón, es el único que tenemos, o sea que cuando tenga un partido mas desafortunadito que el de ayer, habrá que apechugar con lo que hay. Pero siempre mejor un zurdito ahí puesto, que un okupa a pie cambiado.

Rubén Sobrino parece que es titular por descarte. Pero le ocurre como a ese octavillita que clava el gorgorito durante cuatro meses en cada ensayo y que merece con creces el lucimiento gargantil en el Falla, pero llega el día de la actuación y desafina como un dueto de Pitingo y el niño de Julio Iglesias

En la parte opuesta, también del campo, alguno que no termina de arrancar. Rubén Sobrino parece que es titular por descarte. No se duda de su entrega diaria en los entrenos de Lunes a Viernes. Pero le ocurre como a ese octavillita que clava el gorgorito durante cuatro meses en cada ensayo y que merece con creces el lucimiento gargantil en el Falla, pero llega el día de la actuación y desafina como un dueto de Pitingo y el niño de Julio Iglesias.

Sobrino puede que cumpla en la faceta oscura en su labor sobre el césped, asunto invisible para los ojos del aficionado de a pie. Pero llevando el siete, y colocado como parte del tridente que debe empalar a la defensa rival, se espera otra cosita que vaya más allá del juego sin la pelota en los pies, porque en las bandas se nota demasiado la asimetría del ataque amarillo. Las cosas como son.

Y poco más del partido, qué quieres que te diga. Digno candidato para ir de cabeza al archivo de los partidos para olvidar. Cerocerismo de libro, gracias a la inoperancia ofensiva de los nuestros y al conformismo de los de Ferrol afortunadamente, sin apellido, para disgusto de los nostálgicos y de algún otro carrancer, imagino. Cierta anestesia en la grada, donde regresaron los tambores y se difuminó el cabreo con otro punto de mira que no fuera la hierba.

Tan sólo se blasfemó en arameo en el telonazo final cuando el árbitro finiquitó el partido justo antes de un córner a nuestro favor, en una de esas jugadas interpretables de este futbol que nos saca de quicio. Como unas manos de rebote, como un pisotón sin querer queriendo. Si se traspasó el tiempo de descuento… ¿Debe el árbitro decretar el final o debe dejar que se despache cualquier jugada con carga peligrosa o cualquier zafarrancho de combate? Cuestión de perspectiva, como te contaba al principio.

Si se traspasó el tiempo de descuento… ¿Debe el árbitro decretar el final o debe dejar que se despache cualquier jugada con carga peligrosa o cualquier zafarrancho de combate? Cuestión de perspectiva, como te contaba al principio.

Los del Cádiz vimos un reverendo robo a mano armada que no se sacara un córner cuyo destino seguramente sería tan inofensivo como el resto de córners del partido. Los del Ferrol sin apellidos creerán que la decisión responde a la aplicación de la justicia en forma de cronómetro rebasado por derecho, y que lo que tocaba en el cuarenta y nueve y pico era rebujina rebujina cada uno pa su esquina, sin más nada que rechistar.

Así estamos, como la vida misma: polarizadísimos y eligiendo el color del cristal de las gafas por el que mirar el panorama que se nos presenta entre, al parecer, sólo dos posibilidades. Ya saben, o contentura oficial flower-power o subversiva visión crítica. Cada uno que escoja.