“Mis coplas son villancicos, de tanta, tanto y tanto repetir…” cantaban en un pasodoble Los conquistadores de la Trastienda de Casa Crespo. Eso son las crónicas deportivas cada domingo cuando del Cádiz se trata. Un interminable villancico que se reitera y se reitera desde hace un año, y del cual es imposible escapar. Una música machacona que se repite en la cabeza de uno y cada uno de los que ocupamos nuestra butaquita sin solución para el cambio.
Va para más de un año volviendo a casa con la frente marchita, negando con la cabeza porque no nos creemos que el desastre se generalice a todos los estamentos del club, desde arriba hasta abajo, desde el trono presidencial hasta el inexperto recogepelotas que con la máxima buena fé del planeta envía el balón al campo cuando no correspondía. Y a nosotros, los aficionados, no nos queda otra que ser los testigos accidentales del certificado de defunción que parece estar rellenándose poco a poco desde finales del verano del 2023.
Suerte tienen los que están aplicándole al club esta inyección letal, de que la masa se limite al sonoro enfado, y que la ofuscación se difumine tal y como se cruzan las puertas del Estadio para tomar el camino de regreso. En otros tiempos o lugares, la indignación se hubiera prolongado, y a las cinco de la tarde la Plaza de Madrid no hubiera sido el triste desierto que era ayer. No se confundan. No llamo a la Intifada Cadista. Describo lo que ocurre.
Nadie quiere containers rodando por la Avenida, ni imágenes vergonzosas abriendo informativos. Yo tampoco lo quiero, y me reventaría que fuera por el fútbol, en lugar de que la peña actuara por los indignos veinte días que dan para una cita en el Centro de Salud. Pero eso no deja que la situación se torne por momentos más propicia para que surja esa irracionalidad que sólo el fútbol provoca en las muchedumbres, y ocurra una tontería que, maldita sea, abra los informativos, la afición quede retratada, y los verdugos acaben siendo las víctimas. Ajolá que no.
Ontiveros es ese vecino que llega nuevo al bloque, y desconoce el clima de mierda que existe en cada reunión de la Comunidad
Ontiveros es ese vecino que llega nuevo al bloque, y desconoce el clima de mierda que existe en cada reunión de la Comunidad. Demuestra buena voluntad por adaptarse y en su ingenuidad no sabe que del Tercero B está denunciado por el del Ático, y que la del Bajo C estuvo a punto de meterse mano con la del Primero A en una de las últimas reuniones. En el campo, Ontiveros, ingenuo, pide la pelota, corre, dispara, regatea intentando resolver la papeleta, mientras no se cosca de la cuadrilla de muertos vivientes que lo acompañan deambulando sobre el césped.
Parece vacunado contra el virus de la indolencia que infecta a casi todos sus compañeros de vestuario. Ocampo, corre y corre la banda, y a pie cambiado llega hasta el fondo, y la pone, pero nadie le coloca la guindita al pastel que con tanto empeño ha ido fabricando como casi único referente pegado a una de las líneas del campo, en esa ineficaz asimetría con la que el equipo juega (¿juega?), mejor dicho, se dibuja en la pizarra.
Kouamé se adueña de la pelota, y la entrega bien nueve de cada diez veces. Es responsable de custodiar el esférico el tiempo que lo tiene, asunto que domina. Y a la hora de soltarlo, lo reparte a quien debe, y como debe. Lo que pasa con la pelota cuando la entrega está realizada, no es responsabilidad suya. Y lo que pasa es que la pelota se pierde en el limbo. Estos tres señores, más Alarcón y De la Rosa por aquello de la duda de saber qué pasaría si contaran con más minutos, son los únicos que en enero deberían estar aquí. A los veinte restantes habría que cambiarlos por veinte nuevos y a ver qué pasa. Al Carapapa le salió bien cuando la movida de echar a un montón de gente y montar la comparsa en quince días. Lo mismo nos sale bien. Quién sabe.
Póngase a buscar en el cambalache de enero a futbolistas que estén dispuestos a enrolarse en un club revuelto de arriba a abajo, en caída libre
Fuera sarcasmos y exageraciones propias del desánimo acumulado, sabemos de sobra que eso no pasará. Es más, dudo categóricamente de una renovación gorda de plantilla cuando se abra el mercado navideño. Póngase a buscar en el cambalache de enero a futbolistas que estén dispuestos a enrolarse en un club revuelto de arriba a abajo, en caída libre y con un plantel viciado en el fracaso caminando por una estrecha cornisa llena de cáscaras de plátanos en lo alto del Empire State Building. ¿Quién se quiere apuntar a la fiesta?
Me temo que este vestuario llegará casi al completo y sin muchas novedades hasta junio. Y el caso es que tengo la impresión que hay futbolistas que a título individual lo harían bien en otros sitios. Que lo que falla, fíjate, es cuando se juntan. Que como bloque, esta gente lo mismo algún que otro partido lo salvan, pero que una temporada entera en condiciones es inviable. Lo llevamos viendo mucho tiempo ya, y poco se ha hecho para enmendarlo.
El cambio se hará, tarde o temprano, pero en el banquillo, que será ocupado por el cuarto inquilino en lo que va de año 2024. Eso, o nos espera un resurgimiento a partir del miércoles en Ipurua que sería digno de ser catalogado como milagro bíblico (permítanme tener poca fé en ello). Un cuarto inquilino, del cual se habla desde hace tiempo, el cual se reclama en la grada, y al cual se recurre como a la Virgen de la Palma en el maremoto. Tan deseable, como imposible me parece a mí.
El mismo que a estas alturas en el 2018, con el equipo en descenso, pulsaba la combinación de teclas adecuadas para que el equipo ganara siete partidos seguidos y se metiera arriba. Hay quien espera la segunda llegada al mundo del Mesías, tras su despedida infame y el mamoneo judicial posterior. Y esto me hace pensar, que lo mismo en fútbol no, pero en ingenuidad, tenemos más Champions que el Madriz.