La suerte, junto a la buena gestión en los despachos y el buen hacer en el césped, son los tres pilares en los que se sujeta el éxito deportivo de un club. Al menos que te funcionen dos. Y si ya son los tres… ahí tienen al Girona, que ayer ganó gracias a un punterazo random que entró por la escuadra en el descuento. O sea, que hasta la suerte la tienen de cara.
A nosotros no nos funciona ninguna. No nos funciona la suerte (primer pilar), por ejemplo en forma de dedo gordo del pie adelantado de nuestro defensa anulando el posible fuera de juego del primer gol del Granada.
Ni siquiera tenemos suerte (¿o lo llamamos de otra forma?) con las decisiones del diabólico VAR. O, mejor dicho, con los chivateos del árbitro oficinero al que, cual vieja del visillo, no se le va una y corrige al árbitro que está de cuerpo presente en pleno partido cuando dicen los entendidos que lo que pita el de abajo va a misa en caso de contacto.
Las cosas como son… el toque del portero no da para que Sobrino caiga como un extra de una película de Rambo cuando estalla una bomba… pero ya sabemos que estas cosas, cuando el tobillo pertenece a Vinicius Junior, van por otros derroteros y el penal es seguro.
Es todo tan previsible, tan peliculero, tan indignante para el hincha de toda la vida, y tan deprimentemente desmotivado en este neofútbol del siglo XXI que, ya puestos, que le cambien el nombre al deporte por Soccer como hacen los yanquis y, al menos, que a los que hemos visto por la tele el barro en Las Gaunas nos dejen con el bonito recuerdo de un juego que fue, pero que ya no lo es.
Tampoco es que el equipo funcione en el aspecto deportivo (segundo pilar). Esto no es nuevo. Ocurre desde septiembre, desde que se arrastrara por el incomparable San Mamés. Y, salvo algún brotecito verde que no ha llegado más allá del empate épico, el resto de la primera vuelta ha sido un desespero continuo . Un saber que, bien pillando el uno en la plaza España camino del Mirandilla, o bien sentándote en el sofá en la previa del partido fuera, te estás preparando para un disgusto gratuito desde ese momento hasta que te acuestes ese día.
Puede que seamos el equipo que peor trato le da a la pelota en toda la categoría. Y si la clasificación se midiera por el tiempo que está la susodicha en el aire, bombeada al patapún, ni duden que estaríamos en Champions. A nivel físico, nos hemos comido unos pocos de bajones en las segundas partes a lo largo de la primera vuelta. Y a nivel motivacional: Fali, Ramos y Alejo. El resto a su bola.
El gancho de Sobrino de ayer es para mandar a este chaval al Torneo de Brunete y que empiece de nuevo. En un campo con 450 cámaras donde se captan hasta las pipas que se comen en el banquillo, le faltó colgarse un luminoso de neón con un letrero que pusiera “Expúlsenme”.
Machís sale en los partidos a pasearse, y cualquier día se baja al perro y aprovecha para darle una vueltecita por el campo. Maxi Gómez, tras una vuelta entera en la que sólo ha marcado un gol en un amistoso, y otro en un futbolín que hay en un bar debajo de su casa, está para descambiarlo y mandarlo de nuevo a Turquía aunque tenga pelambrera generosa.
Y el resto, como que se contagia de la tristeza, del amargor y aplican esa ausencia de alegría al juego, se convierten en futbolistas sin alma que corren y corren y corren, como soldados en el campo de batalla, bayoneta en ristre, sabiendo que una bola de cañón los va a mandar a Villatabique.
Sergio me cae genial, y me encantaría tomarme un copazo con él, pero me parece que a estas alturas ya se le ha agotado el mensaje iluminador, esa energía alegre que el equipo necesita. Ya no es ni táctico el problema. Ya es de espíritu, de frescura, de luz. Más que un entrenador, necesitamos, como mínimo, a Mary Poppins. Porque no veas….
¡Ah! Y se me olvidaba… la buena gestión en los despachos (tercer pilar). Si la ambición deportiva de los actuales dirigentes fuera la mitad, al menos, de su ambición empresarial, otro gallo cantaría. Ellos están encantados con ellos mismos, y tienen claro que el equipo de fútbol es una herramienta para llegar a otras metas de otra índole mucho más importantes para sus respectivas carteras, que es lo que al fin y al cabo interesa, y no se le censura.
Para eso apostaron. Pero que lo reconozcan al menos, porque la fabrica de espinilleras inteligentes se está convirtiendo, día tras día, en una fábrica de cortinas de humo que haría reír a los guionistas de los Simpsons.
Hace menos de un mes, con el equipo eliminado de la Copa por un tercerola, y sin ganar desde verano, el presidente decía en su discurso navideño que el Cádiz estaba haciendo la mejor temporada en Primera desde que volviera hace cuatro años.
Y ayer, apenas una hora después del partido, y con el cadáver aún caliente, la cuenta oficial del club anunciaba a bombo y platillo la llegada al Tenerife de Alvaro Jiménez (¿se acuerdan? El Grealish que vino del Albacete). Futbolista que, al parecer, todavía es nuestro y que no saben donde apalancarlo.
Entre construcciones faraónicas de estadios inservibles y presentaciones de proyectos futuristas con el beneplácito del chaqueterío más selecto de la provincia y parte del extranjero; el equipo, como ayer, como antes de ayer, vuelve a encarar la segunda vuelta hundido en la miseria.
La historia se repite… hasta que no se vuelva a repetir porque el milagrito de la última jornada llegue. Se mantienen viejos dinosaurios en la plantilla, como comparsistas veteranos buscando cuelo en coros de cuartos para pillar de una vez el Antifaz de Oro. Se buscan gangas que callen al personal. La parcela deportiva se estanca peligrosamente, mientras que se saca pecho (y barriga) en la parcela financiera. Y mientras, la bola de nieve haciéndose grande ladera abajo. A ver como acaba todo. ‘Mieo’ me da.