Si anda usted delicado del corazón y el médico le recomienda alejarse de emociones fuertes, lo mejor que le puede pasar es haberse hecho este año socio del Cádiz. Una manera lúdica de pasar el rato sin necesidad de infartarse a la más mímima, sin necesidad de estar midiéndose las pulsaciones.
Parece que el sino de la temporada será ubicarnos en la tierra de nadie, allá donde la distancia al precipicio es la misma que a la gloria. Una victoria ayer nos hubiera dado un empujón en las aspiraciones morales, aunque mantuviéramos lejanía con los de arriba.
Pero en el partido de lucha grecorromana de once para once de ayer tarde en Zaragoza, si algo pudimos captar es que en esta Segunda División repleta de equipos históricos, las remontadas vertiginosas no son fáciles. Diría que no son ni viables. Podremos seguir escalando escaloncito a escaloncito, sin perder y arañando puntos, pero dudo que ya tengamos espacio temporal para llegar a junio entre los seis de arriba.
Se perdió el otoño entero mientras el resto se colocaba en las posiciones punteras. Ahora, por mucho que queramos, dependemos de que tres o cuatro de arriba enganchen una racha pordiosera de resultados, cosa que resulta complicada. Así que lo dicho: preparen el cuerpo para un tercio final de temporada de trámite, anodino y equidistante a los sobresaltos, tanto por arriba como por abajo. Que por otro lado, tal y como pintaba la cosa hace un par de meses, es hasta una buena noticia.
Pero como todo no va a ser pesimismo crónico, y también hay que contar las cosas agradables, gloria para Kovacevic. Ayer el central balcánico se coronó. Ha costado, porque de entrada le tocó el rol de suplente del suplente. Pero entre despidos, fichajes incógnita y lesiones temporales, el camino se le ha despejado hacia la titularidad, y como siga haciendo partidos como el de ayer, pasa directamente al número uno en el ranking de centrales, se hace titular indiscutible, capitán y siguiendo los pasos que dicta la historia reciente cadista, se pega su cameo en el Falla y abre su bareto correspondiente en el Paseo Marítimo.
El apuntalamiento en la defensa está siendo clave en la rachita esta en la que no nos gana ni el Brasil de Pelé, y si antes nos entraban temblores y el baile de San Vito en cuanto la pelota se bombeaba peligrosamente al área nuestra, ahora sólo se nos ponen las orejas para arriba ante cualquier rebote o tropezón tonto que pueda desembocar en una mano absurda o en un pisotón invisible excepto para el VAR, que nos lleve a ser víctimas del penal maldito, prácticamente casi el unico recurso que le queda a nuestros rivales para aniquilarnos.
Si el aliviante overbooking entre centrales y la llegada de Climent nos cierra una parte de atrás de garantías para lo que falta, de la parte de adelante no se puede decir lo mismo. Se termina el mercado post-navideño y continuamos con déficit por los extremos. El ataque se parchea continuamente con futbolistas que adoptan posiciones no del todo naturales para ellos. Sólo contamos con dos extremos-extremos: Ocampo y De La Rosa.
Escribiendo estas líneas, en los despachos de la sede liguera se preparan para echar la baraja. Faltan horas y andamos como un cinco de enero a las diez de la noche buscando cualquier cosa en esa tienda que no cierra, para cumplir con el compromiso de marras. Paulatinamente, la plantilla ha ido completándose como el que completa el álbum de los del Cannavá, pero insisto, tarde quizás.
Puede que a partir de ya, el equipo logre ser ese equipo competitivo, y que las estadísticas, los números y las cábalas de los matemáticos del balón, saquen en un futuro el típico estudio que acrediten al Cádiz como inquilino del top-five de la segunda vuelta. Lo malo es que también formó parte del porquería-five de la primera. Y al final, lo que cuenta es lo que cuenta, que es el cómputo global. Y ahí andamos, cual indignado por el segundo pasodoble de Jesús Bienvenido, ni de aquí ni de allí, ni de un lado ni del otro. Tú sabe como es.