Llega el Eldense a Cádiz para intentar aguar la fiesta amarilla. Tras volver a ganar fuera de casa, a los de Paco les toca inaugurar la suma de 3 en nuestro feudo, donde aún no lo ha logrado. Ahora mismo hay que reconocer que el Cádiz juega mejor fuera de casa que en el Estadio.
No hacerlo sería no ser fiel a una evidencia, a un hecho comprobable no solamente por los datos sino por las sensaciones. El Cádiz solo gana fuera de casa, donde parece que se encuentra más tranquilo y, sobre todo, es capaz de reponerse a los varapalos, cosa difícil cuando en el Mirandilla se cometen dos errores seguidos y surge de la nada una nebulosa de tensión que lo inunda todo, un runrún incontrolable del que los once se alimentan para volver a errar y ponernos más tensos a los que estamos en la grada.
Los aficionados estamos cada vez más nerviosos entre el levante y las pájaras que le dan al equipo de vez en cuando. Nuestra historia reciente nos hace mirar más hacia abajo que hacia arriba cuando venimos de Primera. Tampoco es sencillo mantener la calma cuando aún estamos de luto por el descenso y de jaleos con la directiva, y el grueso del equipo es básicamente el mismo que protagonizó el calamitoso récord de partidos sin ganar, que no supo sobreponerse a una Liga barata y que acabó avergonzándonos encajando seis chicharros ante el que en teoría era el peor equipo de la categoría. Supongo que todos, de uno y otro lado, acabamos la temporada tocados y bien fastidiados.
Los fantasmas, está visto, siguen pululando por la Avenida, no es de extrañar que esto suceda, que aguarden escondidos dos semanas entre las vías del soterramiento para salir de pronto saltándose el torno y asustar a los delanteros cuando encaran al meta rival, o a los defensas ante un balón que viene llovido y que debería saber despejar un alevín. Yo acepto el trauma de los jugadores, tolero pacientemente que pasen unas jornadas hasta que el nuevo míster y los chicos aclaren sus ideas, pero ellos deben aceptar entonces nuestro nerviosismo, al que acompañan los disparos en el pie que se meten –nos meten– los propietarios del club.
Uno va al Estadio tranquilito, solamente quiere saludar al de al lado, leer la última rajada de Carlos Medina contra Vizcaíno apoyándose en una entrevista a cualquiera que pase por ahí dándole la razón y animar al equipo y quién sabe si ganar; pero no nos lo ponen fácil. El mercado de fichajes fue un desastre (y perdón que vuelva al mercado, es la primera vez que tomo asiento en este púlpito), espejo de lo que es el club ahora mismo: una moneda al aire el último día, dos jugadores lesionados que ojalá se repongan y tengan un buen año pero bien se pueden pasar seis meses en el dique seco del Astillero y aquí no hay mucho más.
Entre todos ellos, Chris Ramos es nuestro hombre, queramos tú y yo o no queramos, marque goles o no los marque, porque arriba no hay otra cosa. De Chris se ha escrito mucho, al tipo le han acribillado unos y puesto en un altar otros. Uno supone que en el punto medio está la virtud; si el chico fuera la reencarnación de Romario no estaría en Cádiz por mucho que al chaval le guste pasearse por la Laguna, tampoco está ahí por ser de Cádiz, precisamente como insinúan otros, como si los cinco goles que marcó el año pasado en una temporada tan horrorosa como la que padecimos fuese fácil.
Cinco goles, que se dice pronto, con un equipo y dos entrenadores que no estuvieron a la altura. Cinco goles de veintiséis totales, casi un 20 por ciento él solito, rematando neveras y presionando a porteros que juegan con los pies mejor que alguno de nuestros mediocentros.
Chris Ramos es Cádiz, para bien o para mal, a veces te enamora y otras te desespera pero sabe uno que nunca te va a fallar. El Gafa habría disfrutado de tener a Chris entre los suyos. Ambos tienen en común varias cosas. Primero, ninguno negocia el esfuerzo. Segundo, aman y son amados en esta ciudad compleja y ambivalente en la que triunfó el catenaccio entre papelillos y serpentina. Ahora le toca a Paco dar con la tecla.
Yo estoy convencido de que si a Chris le ponen más y mejores balones, marcará más goles. Y que si marca más goles, la directiva desenchufa el fax y los once que juegan dejan de negociar el esfuerzo, llegará la calma a la grada, se acabarán los nervios y quién sabe si un poquito de suerte en el playoff y nos damos un buen baño en Puerta Tierra por el mes de junio. Mientras tanto, a todos nos toca trabajar el nerviosismo y escondernos de los horribles fantasmas que nos asustan recordando los viejos descensos a la Segunda B. Y ojo, que los fantasmas también se disfrazan de fenicios.