En el autobús de vuelta a casa todo eran caras felices, halagos a los de amarillo, moderada alegría teniendo en cuenta que era lunes y que nos daban casi las once de la noche en pleno subidón, y ni la hora, ni el día, ni la climatología, invitaban a pegarse un bañito en las Puertas de Tierra, que aunque parezca exagerado, más de uno se lo hubiera pegado por dos razones: una, porque andamos huérfanos de emociones fuertes con final feliz y de partidos donde la épica vertebre el guión.
Y dos, porque hay cierta sensación de que el equipo se salva, aunque para que esto se certifique matemáticamente tiene que llegar la primavera. Pero viendo el percal, el cambio radical de los nuestros, y la ruina de Tenerife, Cartagena y Ferrol (con lo cual parece que para caer a los infiernos ya sólo queda una plaza libre) los terrores nocturnos que hace dos o tres meses nos despertaban en mitad de la madrugada soñando con campos de albero, árbitros con sobrepeso y partidos radiados han desaparecido, o están en ello.
Hemos cambiado como Clark Kent cuando se quita las gafas y se convierte en Supermán. Con una pequeña modificación consistente en la aparición de Diakité, y el apuntalamiento defensivo, el equipo ha pasado de ser el de la película de Días de Fútbol al de Benji y Oliver, de la noche a la mañana.
Curioso que Paco López nos transmitiera tanto buenrollismo cuando vino en verano y saliera escopeteado, y Garitano, que tanta desconfianza sembró por sus 19 partidos sin ganar del año pasado en el Almería, se pueda convertir en otro tótem sagrado del cadismo, a poco que se asiente. El que entienda de fúrbo, que tire la primera piedra. Locura.
El aire del vestuario parece purificado. Como si aparte de Garitano y su segundo, el mítico Patxi Ferreira, aparte de las clásicas arengas al puro estilo de Euskadi, kadi, hubieran traído a un chamán de estos que queman cuatro hierbas y tres ramitas del árbol sagrado de nojequé nojecuanto que como efecto expulsan los malos rollos y las vibraciones chungaletas. Uno de los episodios que más vergoña ajena produjo fue el incidente entre Kouamé y Alarcón a mediados de otoño, y que al parecer desembocó en cate, mascá gaditana o incluso llámenlo si quieren, tragantá mutua.
El protagonismo de estos dos futbolistas se basó más en este episodio fallido de la saga de Rocky, que en lo que de por sí es fútbol. Y eso que se les presuponía calidad, sobre todo al africano. La desidia, el idioma, el desespero por la eterna suplencia, o los coeficientes de marea… vaya usted a saber, los fue apartando, al punto que de Kouamé se decía que la sociabilidad brillaba por su ausencia. Los vínculos fuera del campo, después se reflejan dentro. Y éste, dicen, no hablaba ni consigo mismo en el espejo cuando se levantaba por las mañanas.
Con la marcha de estos dos, y con la de Alejo, desde fuera se percibe como que la pandilla ha ganado en el ambiente interno. Que lo mismo los tres (Kouamé, Alarcón y Alejo), son bellísimas personas, ideales para un tapeíto en el Mercado el sábado al mediodía, y su correspondiente visita de tardeo a la discoteca que surja con sus respectivos chismorreos. Que no digo que no. Pero que de cara al que se sienta en la grada, el vestuario parece otro, también. Nada más que había que ver la celebración post-partido frente a la grada. Eso que se gana.
Para redondear el éxtasis en el que nos hemos instalado desde la reconversión banquillera, que bueno que sería y que bien vendría un golito de Carlitos Fernández antes de que aparezca en un cuplé. Debe ser escardante ver cómo en la tabla de goleadores irrumpe por partida doble un lateral izquierdo que acaba de llegar, o el propio Sobrino que andaba hasta hace poco en la misma onda que el exiliado Alejo. Hasta Chust remata desde una posición escorada y la pelota va para adentro, ampliando el elenco de goleadores de la temporada en el que están casi todos…. excepto el delantero centro titular.
El problema es que tenemos presente que el virus Maxi Gómez sigue revoloteando por el Mirandilla y tememos que Carlitos lo haya pillado. Los casos son distintos. Carlitos participa en el juego muchísimo más que lo que lo hacía el uruguayo el año pasado. Físicamente está mejor que Maxi (creo que yo también), y se le nota más implicado emocionalmente. A la vista está que el uruguayo anda jugando lo equivalente a la liga del campo del cura de Montevideo, en pleno verano austral, y con el Cannavá de allí en plena ebullición. Estaba gordito, fallaba goles, pero se ve que es inteligente el tipo. Juass.
Confío en que Carlitos enganche alguna más antes que después, aunque sea a medio metro de la portería, porque el balón le rebote en la cadera mientras que se cae, y con el portero resbalándose. En cuanto parta el candado, caerán más. Será la confirmación del cambio total. Una transformación que el Cádiz está experimentando, y que deja atrás la de Robert Millar, un ciclista escocés coetáneo de Perico Delgado y que si quieren saber como cambió, indaguen por internet que es una historieta que no te digo ná.