El mundo se reduce a un tatami interrumpido por columnas, a unos alumnos que escuchan y a una perra tumbada en el suelo que mantiene la mirada fija en su dueño. La mañana de un miércoles cualquiera. La vida del gaditano Claudio Trigo, que acaba de cumplir 31 años y se ha convertido en el maestro más joven de Europa de Wing Tsun, un arte marcial de origen chino. Normalmente para conseguir ese estatus se necesitan décadas de esfuerzo y entrega. Claudio ha pulverizado el tiempo.
Lo explica mientras toma un respiro en mitad de la clase. Entre movimientos rápidos de brazos y frases concretas y cortas. «El Wing Tsun se centra en la defensa personal». Lo inventó una mujer. La monja shaolin Ng Mui. «Por eso la fuerza tiene un papel secundario respecto a la técnica y la economía de movimientos». Aunque el contacto sólo se trata de una mínima parte de este arte que trata de transmitir conocimientos filosóficos, médicos y de la cultura oriental. «Pueden practicarlo juntos un anciano de 84 años y un joven de 20». Claudio viajó hasta las raíces del Wing Tsun. Allí constató esta última teoría cuando contempló a un octogenario y a un niño que compartían entrenamiento.
«Todo esto lo he conseguido gracias a mi sifu, Salvador Sánchez», repite constantemente. El término sifu significa padre adoptivo, maestro o profesor. «Salvador es una persona importantísima para mí», dice al tiempo que agradece también la confianza de la Taows Academy, entidad a la que Claudio representa en Cádiz. El gaditano se adentró de niño en el universo marcial. Ha practicado todo tipo de deportes de contacto, sin embargo, sólo el Wing Tsun ha conseguido enamorarle: «Por su filosofía, por la historia, por el concepto de salud», enumera y explica.
En esta disciplina no hay competición. «Sólo se lucha contra uno mismo por mejorar. Se trata de sacar los mejor de ti». Y Claudio lo sacó. Sobre todo a los 22 años, cuando le diagnosticaron un cáncer de testículo y pulmón. Practicaba ya este arte, pero fue a raíz de la enfermedad cuando se implicó por completo. «Gracias a mi sifu», vuelve a repetir, como para restar importancia a la heroicidad de entrenar cada mañana a pesar de la quimioterapia. Se apoyó en ese apartado filosófico. Tanto que ni la enfermedad ni el corrosivo tratamiento pudieron evitar que consiguiera su primer cinturón negro. «Me vine arriba y superé el cáncer». Siempre acompañado por Salvador Sánchez y Pedro Arteovitia. «Esta experiencia me hizo muy fuerte mentalmente».
Constata con su ejemplo que el Wing Tsun tiene más de fortaleza psíquica que física. «A mí me ayudó a no quedarme en casa, en el sofá, y no pensar en qué va a ocurrir mañana». Esa deuda se la devuelve ahora con su entrega a la mejoría y la difusión de este arte. Transmite sus conocimientos de forma desinteresada. Con frases cortas y movimientos rápidos. En el tatami de cualquier barrio. Ante la atenta mirada de su perra.