La auxiliar de ayuda a domicilio forzada a trabajar con problemas de salud: “Me han quitado el derecho a vivir la enfermedad con dignidad”

La trabajadora, obligada a reincorporarse pese a necesitar andador y tomar medicación constante, denuncia el abandono del sistema

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Encarnación Jiménez necesita de un andador para caminar y tiene otras dolencias físicas, pero para empresa e INSS puede trabajar como auxiliar de Ayuda a Domicilio. Foto: Eulogio García.

Encarnación Jiménez Eliso, de 61 años, nunca imaginó que, después de tantos años de servicio como auxiliar de ayuda a domicilio en Cádiz, su vida y su salud terminarían en una situación que ella misma describe como “un abandono absoluto”.

Obligada a trabajar a pesar de necesitar un andador y sufrir dolores crónicos que no cesan, como publicó Cádiz Directo, Encarnación afronta cada día con un peso que va más allá de lo físico. “Me han quitado el derecho a vivir la enfermedad con dignidad”, expresa con dolor. Una frase que, como sus propias secuelas, refleja la dureza de su historia.

Todo comenzó en 2021, cuando una lesión en el hombro, resultado de un accidente laboral, la llevó a estar de baja por primera vez . “Estaba al cien por cien antes de esto”, recuerda. Pero desde entonces su vida no ha vuelto a ser igual. En estos últimos cuatro años, Encarnación ha estado casi tres en baja, y su situación de salud se ha complicado cada vez más. “Es desesperante porque de una lesión pasas a otra, y no encuentras nunca descanso ni una solución”, explica.

Después de la lesión original, sufrió una caída por las escaleras al entregar un parte de baja. Resultado: cosis y una vértebra rotas y lesiones de diferente índole que se traducen en problemas en la columna, vértigos y dificultades para caminar que le obligan a usar un andador. Sin embargo, a pesar de estos diagnósticos y de pasar años con dolencias graves, el Instituto Nacional de la Seguridad Social (INSS) sigue negándole una incapacidad permanente, forzándola a reincorporarse a su puesto de trabajo.

“Siento que me han abandonado”

En mayo de 2023, tras un año de baja, el INSS no solo rechazó su solicitud de incapacidad permanente, sino que le otorgó una indemnización única de 800 euros, con el argumento de que su pérdida de movilidad en el hombro no superaba el 50 por ciento. Y eso, pese a que el informe del Inspector Médico se recogían los mareos, la necesidad del andador y la movilidad reducida. No parecen incapacitantes para su trabajo con personas mayores o de movilidad reducida como auxiliar de Ayuda a Domicilio.

Encarnación se indigna recordando la resolución. “Abandonada y maltratada por el INSS. Se supone que están ahí para protegernos y nos dan el tiro de gracia”, señala, visiblemente afectada.

Desde su reincorporación en septiembre de 2024, su día a día se ha vuelto un recorrido doloroso e interminable. “Las limitaciones que pusieron en el cuadrante son ridículas comparadas con las que tengo”, cuenta. La empresa intentó “adaptar” sus tareas a sus limitaciones físicas, pero, a su juicio, las adaptaciones son insuficientes y le exigen un esfuerzo que sus fuerzas ya no pueden sostener.

“Estar mucho tiempo de pie o incluso sentada es una tortura”, añade. La intensidad de sus caminatas para ir de un domicilio a otro solo agrava sus molestias. Al llegar a los primeros domicilios asignados tras su reincorporación, las personas que necesitaban su ayuda se dieron cuenta de su condición. “Me ven y me dicen: ‘¿Esto qué es, si estás peor que yo?’”, recuerda con tristeza. A pesar de que varias de sus usuarias pidieron a la empresa que les asignaran a otra auxiliar, Encarnación sigue recibiendo un cuadrante de trabajo que le obliga a desplazarse de un lado a otro con su andador, bajo condiciones que ni siquiera personas sanas soportarían.

Encarnación describe una rutina casi inhumana. Pone el ejemplo de un día: “Termino en un lado a las 15:20 horas a la Altura de Segunda Aguada y a las 17:00 tengo que estar en La Laguna y yo vivo en el barrio de Astilleros. ¿Qué hago? Meto los medicamentos en el andador, me como un sándwich y tiro para allá”, explica.

Encarnación toma catorce pastillas diarias, entre analgésicos, medicamentos para los vértigos y para los dolores, que le provocan efectos secundarios que describen una condición física para “estar en casa, entre algodones, pero aquí estoy, tirada por las calles dando caminatas”. Sin embargo, cada mañana se arma de valor y se dirige a sus citas, moviéndose con dificultad por Cádiz mientras, como ella dice, tira para dónde sea.

Un colectivo invisible y y olvidado

Encarnación no está sola en su batalla. Para ella, el sufrimiento no es solo personal, sino que comparte este sentir con muchas de sus compañeras, mujeres de ayuda a domicilio que sufren en silencio las mismas condiciones laborales. “Muchas vamos a trabajar con más medicación que los propios usuarios”, denuncia. Es un colectivo mayoritariamente femenino, expuesto a largas jornadas de esfuerzo físico extremo, invisibilizado por un sistema que no las considera ni en sus días buenos ni en los malos. “No se nos valora, y cuando nos pasan cosas como esta, nos mandan para trabajar en un empleo tan duro como el nuestro”, comenta.

A estas alturas, Encarnación ya no espera solo una incapacidad. Lo que reclama es un trato digno y justo, un mínimo de consideración a su sufrimiento, no solo para ella, sino para todas las trabajadoras que, como ella, dedican su vida a cuidar de otros mientras el sistema, denuncia, les da la espalda.

Desde el Sindicato de Contratas y Servicios Públicos de Cádiz, el caso de Encarnación ha sido una bandera de lucha para exigir al INSS y a las empresas mayor “miramiento y respeto” hacia las trabajadoras del sector. Encarnación, con el peso de su propio dolor, pide al menos que su historia sirva de ejemplo para quienes pueden hacer un cambio en la protección y el cuidado de las trabajadoras. “Piensen más en nosotras y cuídennos un poco más; y a las personas usuarias”, afirma, convencida de que, aunque su cuerpo sufra, su dignidad merece un mejor trato.