¿Saben aquel chiste de «Qué gemelos más guapos… No, es uno pero muy nervioso?» El Getafe ayer. Eran diez que parecían veinte, y el Cádiz eran once que parecían tres. Cuando un equipo con uno menos, y ganando uno a cero a falta de 5 minutos, presiona la salida del balón del rival, una de dos: o son unos temerarios, o el rival un corderito.
Ayer más lo segundo que lo primero. La máxima cota de peligrosidad cadista en los últimos 210 minutos jugados, de los cuales 120 corresponden a un rival de tres categorías por debajo y dos o tres ceros menos en las nóminas, y 45 contra un equipo con un tío menos, se traduce a un larguerazo en un remate en el área chica.
El resto del juego de ataque puede perfectamente hacer el mismo daño que el arrocito blanco y el jamoncito york propio del día después de una gastroenteritis. Ante eso, un Getafe entrenado en la misma academia de gladiadores en la que se matriculó Espartaco en su día, no desaprovechó la ocasión. Se juntaron las ansias caníbales de los de azul con la apacible visión de la vida amarilla, y no podía pasar otra cosas más que un córner defendido al estilo pandemia (dejando al delantero aislado) que fue el uno a cero, y el primer polvorón de las fiestas, gentileza de la defensa gaditana, que no fue el segundo porque de nuevo apareció Conan, de acróbatas hechuras, y mandó la pelota a la grada del Alfonso Pérez, o como ahora se llame aquello.
Nuestras esperanzas, y delirios idólatras, se centran en un chaval de uno noventa, al que le duele el escudo, la camiseta y todo aquello que tenga pintado un Hércules con dos leones sobre fondo amarillo y azul, más que al resto de los veintitantos compis de la plantilla. Chris Ramos no llegó como primera espada, y ahora nadie se plantea que no sea el único titular indiscutible junto a Ledesma. Misteriosamente, el que ayer fuera la cefalalgia de un Alderete con la amarilla de Damocles en el coco, y principal y casi única referencia arriba tanto para balones enviados al patapún parriba, como para balones lanzados a campo abierto y corra usted, abandonaba el campo a falta de media horita como si ya no nos hiciera falta. Cuando Chris con tres contracturas, cuatro calambres y vomitando sangre, salta más alto, alarga más la pierna y provoca más estrés en la defensa rival, que cualquiera de sus sustitutos hoy en día, aunque éstos salgan al campo frescos como lechugas.
Y misteriosamente también, Kouamé se duchaba antes de tiempo justo cuando el equipo necesitaba más arquitectos que finalizadores, habiendo sido el único que ayer se permitió el lujo de conducir la pelota, e incluso enviar un par de pelotitas de esas que atraviesan líneas, y destrozan espaldas rivales con muy mala leche. Todo muy misterioso y extraño.
Sin embargo, se mantuvo en cancha a Machís, una suerte de anarquista futbolero, un Buenaventura Durruti pegado a la banda, que juega su partido independientemente del resto de los veintiuno que le acompañan en el pasto. Su único vínculo es el color de la camiseta, que es lo que le dirige a una portería u a otra. Nuestra suerte depende de su inspiración, que aparece en momentos puntuales. El resto del tiempo juega consigo mismo, dispara desde distancias inverosímiles, y magrea la pelota más tiempo de lo establecido por convenio. Tener a un solista en la orquesta no garantiza el éxito, y menos cuando el solista se cuela con el violín desafinado. Lo mismo en esos casos es preferible que se baje del escenario.
Previsible futuro a corto plazo (veinte días en barbecho), pero desesperanzador futuro a medio plazo nos espera (Vinicius y sus carajoterías, Bellingham y su Magnum 45). No sabe uno si al final las consecuencias del efecto mariposa que nos deja sin partido el próximo finde, serán beneficiosas o perjudiciales. En principio, este noviembre vacío está para que Sergio y toda la peña se encerraran en un monasterio en lo alto de una montaña petada de nieve, con su hábito, su celda individual, escupidera para lo que te dije, y su ratito para la introspección espiritual. De Instagram ni hablamos.
Veinte días por delante y volver con la misma caraja con la que se van, sería inadmisible. Yo, fíjense, casi que prefiero las vacaciones forzadas. En seis días íbamos a Mallorca, rival directo ahora mismo, en plena espiral porqueriosa. Así que el truco del almendruco balear, ese peligroso antecedente donde se podrán agarrar en tiempos futuros cualquier equipo al que le falte su estrellita particular, lo mismo hasta nos viene de coco y huevo. De aquí al 26 nos queda ver cómo clasificatoriamente nos estancamos con un partido menos igual que un Fórmula 1 que entra en los boxes y se les enscaquillan las tuercas de los neumáticos.
La extraña sensación de que los demás juegan y nosotros no. Y encima volver y que nos pille el Madrid. Al menos, Ocampo aparecerá ya por las alineaciones, que no es poca ilusión ahora mismo. Lo veremos con los primeros polvorones, literalmente, y esperemos que no en to lo alto.