Recuerdos de los Astilleros y de una ciudad en llamas

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/Cruje al abrirse el portón de una vivienda pequeña y humilde en la calle Manuel Rancés. Al otro lado, José María Arauz, antiguo sindicalista, con una pantalón de pinzas, jersey, camisa y zapatillas de andar por casa. Restablecido de “unos achaques de la edad”, camina por el parqué limpio y desgastado de un diminuto salón que lleva a una especie de despacho-dormitorio. Un híbrido, a medio camino, sitiado por mil recortes de prensa que cuelgan en las paredes y cientos de cintas VHS en los que se enumeran por fechas los ‘uno de mayo’ en sus títulos. También, una cama de colcha blanca.

José María, en el umbral de los 80 años, apaga la pantalla del ordenador en el que visualizaba un vídeo de Pablo Iglesias en La Tuerka, un programa de debates políticos. Sobre el escritorio, tres DVD, que agarra y muestra igual que un legado. ‘Cádiz arde’ aparece escrito con la tinta azul de un rotulador en el primero. ‘Manifestación y Pleno del Ayuntamiento de 1995’ en el segundo.  ‘Protesta de Puerto Real’ en el tercero. “Siéntate que te lo explique mientras los vemos”, dice José María. Su mujer, Mari, prepara café y ofrece una taza desde la cocina. El aroma invade la casa y acompaña los recuerdos de traiciones, mentiras políticas y errores obreros. En el televisor, fuego. Las llamas de una ciudad que ardió en el 95. En la calle, el sol alumbra la mañana de un jueves cualquiera.

Un Cádiz remoto se asoma a la pantalla. Han pasado unos 19 años, casi dos décadas. Fogatas en la calle Ancha, barricadas en Guillén Moreno, cortes de tráficos y autobuses arrastrados por la carretera industrial. “Fue una guerra. La población luchaba en un bando, todos los gaditanos unidos, conscientes de que se jugaban mucho más que el futuro de unos trabajadores”. En aquella batalla, los vecinos tiraban objetos desde su ventana contra los antidisturbios. Sofás y frigoríficos que se precipitaban desde los balcones de San Severiano.

Anunciaban el cierre de las factorías de Sevilla y Cádiz, lo cual provocaba el despido de 1.300 empleados. Una nueva reconversión tras la de 1985 que se llevó por delante la Compañía vasca de Euskalduna. La Comunidad Europea anunció que a partir de 1.998 prohibía a los gobiernos de los estados miembros que subvencionaran a las industrias locales. Astilleros Españoles había perdido un año antes 45.000 millones de pesetas. “Eso es verdad a medias”, corta José María mientras repasa la historia. Y habla de una intrahistoria cargada de corrupción. Políticos que favorecían “a sus amigos” y contrataban empresas auxiliares a borbotones para ganar comisiones mientras los fijos de la plantilla “jugábamos a las cartas”. También, de los  “sordos de Astilleros”, aquellos que recibieron una indemnización y una jubilación anticipada por una “enfermedad inventada”. “No éramos consciente del engaño. Si no, hubiéramos luchado antes”.

Y se luchó. Un verano caliente, donde se manifestaron hasta 100.000 personas en julio. Un otoño de guerra. Así rememora aquel 1995 José María. El cuatro de septiembre amaneció sin barcos. Luego, llegaron “las guerrillas”. Ropa de mercadillo y pañuelo en el rostro fue el uniforme de los ciudadanos combatientes. Cascos, escudos y escopetas con munición de goma y humo por parte de la Policía. Primero, el 14 de septiembre, la ira contra la sede del PSOE ubicada en la plaza San Antonio. Las piedras y los cócteles molotov destrozaron la fachada. Los disturbios se prolongaron hasta la mañana del día siguiente. Luego, se extendieron por los barrios beduinos de Guillén Moreno y el Cerro del Moro.

No faltó el puente. Dos jornadas. Primero, el día 15. Los obreros de la factoría de Puerto Real cortaron Carranza al tiempo que se luchaba en la capital. Más de 25 horas permaneció cerrado, con turnos y relevos que se produjeron a la tarde y a la noche. Repitieron el 19 de septiembre. Una batalla campal mucho más cruenta. Seis policías acabaron heridos. Un obrero perdió el ojo al impactarle un proyectil de goma lanzado por lo antidisturbios. En unos 20 millones de pesetas se estimaron los destrozos.

José María cambia el DVD del reproductor. Con cuidado introduce el nuevo. El visionado lo guarda con mimo, sin manchar con sus huellas la zona más sensible del CD. “Lo que voy a enseñarte lo grabé yo con un equipo semiprofesional”. Piensa. “Mari, cuánto me costó la cámara”, pregunta a su mujer. Ella calcula, “¿no fueron 600.000 pesetas?”. “Sí, de las de entonces, un dineral. Aún funciona, pero se quedó obsoleta”, y en la voz se le escapa un hilo de nostalgia.

Muestra Arauz una manifestación infinita, la Avenida Principal ocupada entera, a lo largo y ancho. Imposible adivinar el final de la protesta. Luego, desde el balcón del Ayuntamiento, con un San Juan de Dios abarrotado, una joven y recién elegida alcaldesa, Teófila Martínez, habla a miles y miles de gaditanos. “Ella sí que ha cambiado. Aquel día parecía una sindicalista con su discurso. Fue echar a Felipe González, colocarse Aznar en el Gobierno y no se lo volvió a oír defender a los obreros de ese modo”. En la cinta se recoge el Pleno municipal de aquel verano. Un salón lleno de gaditanos hostigaba a los políticos.

José María recuerda una anécdota de la jornada plenaria en Cádiz. Cuenta que Martínez gritaba alterada que no cerrarían los Astilleros de Cádiz. Sin embargo, los trabajadores contradijeron su discurso. “Ella nos miró extrañada y nos preguntó, ¿cómo que no? Entonces, le dijimos que no era el cierre lo que había que evitar, sino que nos negábamos al despido de un solo compañero”.

Se perdieron 500 puestos. No cerró la factoría gaditana. Tampoco, se alcanzó la cifra de 1.300 personas a la calle. “Ni un triunfo, ni un fracaso. Se hizo lo que se pudo. La cosa es que estábamos unidos”. Culminaba la tercera reconversión sobre las industrias de la provincia.

Puerto Real, una imagen calcada de Cádiz. Un edificio consistorial inundado de ciudadanos. Miles de puertorrealeños protestan en la calle. «Se volcó toda la provincia, había demasiado en juego». Y sigue habiéndolo. La promesa de los gaseros, los BAM, la anuncios que nunca llegan, el miedo al despido, los rumores de cierre… A José María todo le suena a una canción ya escuchada. «El sindicalismo, ¡Ay, el sindicalismo!», exclama. La imagen manchada de los sindicatos, la campaña de deterioro… «En toda organización siempre ha habido canallas. Pero sindicatos y trabajadores deben ser una familia. Eso se ha perdido, y los perjudicados son los obreros. El sindicalismo debe hacerse en las fábricas, en los lugares de trabajo».

Quizás, con unión, plantea Arauz, «no hubieran pasado los ochos chavales 14 días en prisión», se refiere a los últimos altercados en el puente Carranza el pasado 12 de diciembre. «Ha habido una campaña muy fuerte contra los manifestantes, no se dan cuenta de que se juegan el futuro». Y entonces, mientras en la pantalla se suceden las imágenes de una ciudad envuelta en llamas, el viejo sindicalista reflexiona en voz alta: «Si antes, que estaba Cádiz unida, no pudimos vencer, imagina ahora, con la ciudadanía dividida», lamenta al tiempo que sus pensamientos se mezclan con el olor del café.

José María Arauz durante una entrevista en CádizDirecto este verano.
José María Arauz durante una entrevista en CádizDirecto este verano.