CÁDIZDIRECTO.- Una de las grandes controversias que mantiene la Historia es la de saber quien/quieres fueron los primeros en llegar a tierras americanas. Parece claro que Cristóbal Colón no fue el primero y se habla de vikingos, de templarios, de fenicios, pero lo cierto es que fueron los primeros los que más opciones tienen para tener ese mérito histórico.
Según la página web www.ancient-origins.es ahora se han interpretado unos murales del Templo de los Guerreros en Chichén Itza en el que se representan a guerreros nativos que sostienen una lucha con lo que parecen ser vikingos, los «Señores Blancos» que hablan sus textos y que podrían haber llegado a las costas de Yucatán siglos antes que los españoles.
En la Historia encontramos a un navegante vikingo, Ari Marson, que zarpó de tierras irlandesas en dirección a Groenlandia y que debido a una tormenta su rumbo se vio alterado llegando, en seis días, a costas mexicanas. En la Saga Eyrbyggja y el viaje de Ari Marson se cuenta esta aventura donde se podría explicar la llegada del hombre blanco a Yucatán.
Los aztecas tomaron a los españolas por los «hombres blancos» que habían regresado. Restall escribía al respecto: “La leyenda del retorno de los dioses, nacida durante la guerra entre españoles y mexicas en una reformulación del discurso de bienvenida de Moctezuma realizada por Cortés, hacia el año 1550 ya se había fusionado con la leyenda del Cortés-Quetzalcóatl que los franciscanos habían empezado a difundir en la década de 1530″.
Los vikingos habrían llegado a México entre los años 600 y 900 d.C. y en los murales del Templo de los Guerreros aparecen individuos de piel rojiza y blanca en una combinación de ambas razas.
Raphael Girard, autor del libro «Esoterismo del Popol Vuh» escribe un capítulo dedicado a la «Danza de los Gigantes»: «En el episodio siguiente, Aparición, se escenifican las vicisitudes sufridas por el Gigante Blanco, que ha caído en manos de su rival. El Gigante Negro “intimida” a su rival golpeando furiosamente el suelo con su espada mientras realiza gestos y movimientos amenazadores con la intención de alcanzar o herir al Gigante Blanco, que se defiende lo mejor que puede intentando esquivar y responder a sus ataques. La batalla se interrumpe a intervalos mientras los gigantes rinden homenaje al sol, para reanudarse inmediatamente a continuación con mayor furia si cabe. Durante todo el episodio el Gigante Negro adopta una actitud amenazadora, no solo hacia su rival, sino también hacia el numeroso público que asiste al espectáculo. Ambos guerreros se vigilan constantemente, intentando sacar partido del más mínimo error de su adversario. Durante largos minutos permanecen inmóviles como estatuas, para a continuación cruzar sus espadas cautamente mientras lanzan miradas en todas direcciones como si temieran algún peligro invisible. A continuación se enzarzan y cada uno de ellos apoya la punta de su espada sobre el cuello de su oponente, en una pose sobrecogedora que apenas dura un instante. Finalmente, el Gigante Negro consigue decapitar al Gigante Blanco “porque es más poderoso,” en un episodio que representa para los Chortís el momento en el que “nuestro Señor estaba sufriendo bajo el dominio de un espíritu maligno».