Cuentan los Evangelios que Jesús de Nazaret entró en Jerusalén a lomos de asno entre un gran júbilo y palmas. La entrada en si podríamos contemplarla sólo como una descripción de un momento puntual en los últimos días de Cristo, pero, ¿nos hemos planteado alguna vez la simbología que esconde?
Cuenta San Marcos:
Cuando se aproximaban a Jerusalén, cerca ya de Betfagé y Betania, al pie del monte de los Olivos, envía a dos de sus discípulos, diciéndoles: «Id al pueblo que está enfrente de vosotros, y no bien entréis en él, encontraréis un pollino atado, sobre el que no ha montado todavía ningún hombre. Desatadlo y traedlo.
Y si alguien os dice: «¿Por qué hacéis eso?», decid: «El Señor lo necesita, y que lo devolverá en seguida». «Fueron y encontraron el pollino atado junto a una puerta, fuera, en la calle, y lo desataron. Algunos de los que estaban allí les dijeron: «¿Qué hacéis desatando el pollino?»
Ellos les contestaron según les había dicho Jesús, y les dejaron. Traen el pollino donde Jesús, echaron encima sus mantos y se sentó sobre él. Muchos extendieron sus mantos por el camino; otros, follaje cortado de los campos.
Los que iban delante y los que le seguían, gritaban: «= ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el reino que viene, de nuestro padre David! = ¡Hosanna = en las alturas!».
Y entró en Jerusalén, en el Templo, y después de observar todo a su alrededor, siendo ya tarde, salió con los Doce para Betania”.
Entrar en la ciudad sagrada, la ciudad de Dios, a lomos de un asno, de un pollino, es una señal de humildad que desde tiempos pasados y remotos ya se da cuenta de ello en la Biblia:
«Abraham se levantó muy de mañana, enalbardó su asno» (Gén. 22:3).
En torno a los jueces también se dice en relación con este animal: «Tras él se levantó Jair, Galaadita, el cual juzgó a Israel veintidós años. Este tuvo treinta hijos que cabalgaban sobre treinta asnos, y tenían treinta villas» (Jue. 10:3, 4).
Igualmente Axa, la hija de Caleb (Jue. 1:14), y Abigail, la esposa del rico Nabal (1 5am. 25:23), iban a lomos de un asno, así los blancos eran usados por personas de alto rango:
«Vosotros los que cabalgáis en asnas blancas, los que presidís en juicio, y vosotros los que viajáis, hablad» (Jue. 5:10
El asno era un símbolo de rango y de posición social, también era símbolo de la humildad y también como símbolo de tiempos de paz.
Jesús prepara su entrada en Jerusalén de forma mimética, manda a por el animal pues conoce las claves y su significado. Lo ha preparado con delicadeza atendiendo a la tradición como si fuera realmente el auténtico arquitecto con conciencia miseánica.
Otros ejemplos lo tenemos en el monte Moria a donde los Elegidos subían en asna, que era símbolo de paz y respeto al santo lugar, y se hacía de esa forma para construir el reino de Dios.
En otros tiempos el asno, el pollino, era contemplado como la encarnación de la lujuria, la crueldad y la perversidad representando el instinto animal, el «yo animal» inferior que el iniciado en los misterios debe superar y someter. Entrar triunfalmente en Jerusalén sobre él es también indicio de haber superado todas las tentaciones y lo que conllevan.
Así la entrada de Jesús de Nazaret en el asno representaría la llegada de un nuevo Orden, así toda la gente que lo “recibe” con alegría no lo hace como manifestación de victoria ya que no lo es, se debe interpretar como manifestación de lo que está por venir. Precisamente lo que “está por venir” es lo que hace que los Sacerdotes lo condenen en lo que sería su misión de salvación y sacrificio por la Humanidad.
Finalmente la hoja de palma simboliza la victoria (Aulo Gelio, «Noct. Att.», III, VI) y fue asimilado por los primeros cristianos adaptando su significado al de la victoria de los fieles sobre los enemigos del alma. Es Orígenes (In Joan., XXXI) quién matiza y expone que la palma es el símbolo de la victoria en la guerra interna del espíritu contra la carne.
La historia de Jerusalén está llena de misterios e incógnitas. Desde lo que esconde en su significado y simbología la entrada triunfal de Jesús de Nazaret en la ciudad hasta los hechos ocurridos con posterioridad.
Recientes descubrimientos arqueológicos en el Monte Sion evidencian que aún quedan muchos interrogantes sobre su verdadera historia. Mención aparte es el denominado síndrome de Jerusalén que evidencia algunos turistas religiosos cuando visitan la ciudad.