100 años del descubrimiento de la tumba de Tutankamón

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Siempre que se habla de Egipto y de sus tesoros es inevitable hablar de Tutankamón y todo lo que se encontró en su tumba. Pese a que no fue, ni de lejos, el mejor faraón del país de las arenas eternas, ese descubrimiento lo iba a encumbrar a tener un lugar destacado en la Historia de la Humanidad, un lugar al que pocos han accedido en función de lo encontrado.

El trabajo de Howerd Carter en el Valle de los Reyes

Egipto estaba de moda en la Inglaterra de principios del siglo XX, tener antigüedades del país adornando el salón o los pasillos de las grandes mansiones era señal de distinción, de exotismo. Muchos millonarios sufragaban expediciones a fin de dar con uno de esos tesoros y, por ello se avanzó en gran medida en todo lo que eran las catas arqueológicas y búsquedas de tumbas y templos.

Destacó por su interés el quinto conde de Carnarvon, George Herbet que tuvo un accidente de tráfico y se le recomendó un clima como el egipcio para reponerse en su convalecencia. Así el aristócrata comenzó una carrera por costear este tipo de excavaciones que le resultarían, a la larga, de lo más provechoso.

Casi dos décadas financiando excavaciones y con hallazgos menores llegamos al año 1922 cuando Lord Carnarvon, un poco cansado, dijo que será el último año en patrocinar una excavación y que regresaría a Londres. Así su arqueólogo, Howard Carter, se afanó en tratar de encontrar la tumba de Ramsés VI centrándose en edificaciones que indicaran que podía haber una tumba cercana.

Poco a poco se agotaba el tiempo y «algo» sorprendente vino a llenar de esperanza a todo: en el Valle de los Reyes, casi por azar, habían descubierto una serie de escalones tallados en la piedra. Se siguió esa pista y se descubrieron catorce escalones y así, poco a poco, se llegó a una puerta sellada. Howard, emocionado, remitió un telegrama a Carnarvon en el que le comunicaba: «He hecho un magnífico descubrimiento. Puerta con sellos intactos. Cerré todo a su espera. ¡Felicitaciones!».

«Veo cosas maravillosas»

El mecenas no tardó en tomar un barco en dirección a Egipto y estar presente en la apertura de la tumba, mientras Carter descifraba el sello del nombre de quién ocupaba aquella tumba que era el faraón Tut-Ankh-Amun, Tutankamón. Un joven faraón casi desconocido hasta ese momento. La tumba tenía un lado abierto y vuelto a cerrar por los faraones. El 23 de noviembre de 1922 los sellos se rompieron y allí había una cámara con arena y tepalcates. Tras ella una segunda puerta sellada. Golpearon esa puerta y Carter vio: «Cosas maravillosas». Era una sala repleta de tesoros.

Varios días después, el 29 de noviembre de 1922 la tumba del faraón fue abierta y aparecieron más objetos, casi tres milenios sin ver la luz y destacaba el abundante oro, esculturas, marfiles, joyas, lámparas y mucho más.

La momia de Tutankamón había sido metida en tres sarcófagos, el último de oro macizo que será abierto el 28 de octubre de 1923 donde estaba el cuerpo del faraón con su imponente máscara de oro y lapislázuli, cuarzo, turquesa y obsidiana; una máscara que se convertiría en todo un símbolo de un país que se sorprendería ante el imponente hallazgo.

La importancia de esta tumba es tal que se tardó ocho años en vaciarla ocupando las labores hasta el 10 de noviembre de 1930 y es uno de los hallazgos más importantes del siglo XIX. Más de 5000 objetos que se hallaron en esa tumba y que, en su mayoría, están en el Museo Egipcio de El Cairo siendo uno de los principales reclamos turístico que tiene en la actualidad.