La reciente DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos) que se ha dejado notar en la provincia por su presencia en el Golfo de Cádiz ha sorprendido tanto a residentes como a expertos en meteorología, dado que Cádiz no es una región donde este fenómeno sea habitual. A lo largo de la historia, Cádiz ha experimentado principalmente borrascas, temporales y frentes, pero la DANA se presenta aquí como una muestra de que algo está cambiando en nuestro entorno climático.
Los expertor parecen tener clara el porqué. El decano de la Facultad de Ciencias del Mar y Ambientales de la Universidad de Cádiz (UCA), Javier Benavente, apunta un factor decisivo: el aumento de las temperaturas en los océanos como consecuencia directa del cambio climático.
Benavente insiste en que si bien es cierto que las gotas frías (ahora llamada DANA) han existido siempre, nunca han tenido la fuerza, amplitud y frecuencia que que mostró la de la semana pasada. “Sí, siempre ha habido gotas frías, pero no con esta intensidad ni en zonas tan poco habituales como el Golfo de Cádiz“, explica. Un análisis en profundidad de estos cambios revela que el calentamiento global está generando modificaciones drásticas en patrones climáticos que hasta hace poco se consideraban más predecibles.
El calentamiento de las aguas del Atlántico, y especialmente del Golfo de Cádiz, es uno de los detonantes detrás de la intensidad y duración de esta DANA. Las temperaturas de superficie en esta región han alcanzado máximas históricas. “Este verano, hemos registrado temperaturas superficiales de superiores a los 28 grados en el Mediterráneo, algo por desgracia cada vez más habitual», apunta Benavente. Estos valores son inusuales para esta zona y suponen un «alimento» extra para estos fenómenos atmosféricos, incrementando la evaporación del agua y formando nubes de mayor densidad y extensión, que derivan en lluvias intensas y prolongadas. De ahí puede venir parte de la potencia, duración y amplitud geográfica de esta última DANA que ha devastado parte de Valencia.
Normalmente, la temperatura del agua en el Golfo de Cádiz es menor, y además el océano Atlántico suele ser menos estable que el Mediterráneo por la presencia de corrientes e importante oleaje, lo que suele amortiguar fenómenos como la DANA. Sin embargo, las cifras han aumentado de forma sostenida, y el agua sigue a una temperatura muy alta incluso en otoño, cuando lo habitual es un descenso progresivo. Este aumento sin precedentes ha mantenido el agua en torno a los 21 grados, favoreciendo que se mantenga esta inestabilidad y que surjan fenómenos virulentos en zonas inusuales como Cádiz.
“Las DANAs en otoño y primavera son comunes en el Mediterráneo, pero lo que es inusual es verlas en el Golfo de Cádiz y con temperaturas del agua tan altas“, subraya el decano de la UCA. La intensidad de estos episodios se debe en gran parte a la permanencia de la termoclina (la capa de agua cálida que se sitúa sobre las capas más frías durante el periodo estival) que se mantiene debido a la ausencia de temporales lo que genera la conjunción de agua cálida que interactúan con masas de aire frío, y alimentan estos episodios de inestabilidad.
Cádiz y una DANA inusual
En la provincia de Cádiz, las borrascas y los temporales han sido las principales amenazas históricas, no las DANAs. Los residentes están más acostumbrados a las lluvias de frentes atlánticos, sin el riesgo de precipitaciones tan intensas que provoquen alertas rojas en la provincia, como ha ocurrido en los últimos días en Cádiz y Huelva. “No es normal que tengamos esta clase de fenómenos aquí”, asegura Benavente, “ni por por la intensidad de las precipitaciones ni por las características de los vientos que apenas ha habido”. Las borrascas tradicionales suelen acarrear rachas de viento y oleaje intensos, algo que el decano comenta que incluso sus alumnos han notado en las salidas prácticas en la costa. “En estos días se podía usar el paraguas en Cádiz, porque llovia, mucho, pero no había viento“ señala.
Las consecuencias se han visto en inundaciones y daños estructurales en zonas donde no es común que ocurran. Cádiz ha visto áreas en las que han estado muy cerca de producirse importantes desbordamientos debido a la acumulación de agua en cauces y ríos que, por años de sequía, han acumulado sedimentos y reducido su capacidad. Las sequías recientes han creado un escenario que agrava las consecuencias de lluvias intensas como las que se están registrando, tal como señala Benavente.
“La acumulación de sedimentos y de vegetación en los cauces y la falta de lluvias regulares son un caldo de cultivo para los desbordamientos“, explica. En situaciones así, ríos como el Guadalete o el Barbate han alcanzado un límite en su capacidad, y surge la necesidad de repensar su gestión. “Es momento de renaturalizar los cauces para amortiguar la violencia de las crecidas, algo que se está viendo en otras zonas de Europa y que actualmente se está implantando para el Guadalete”.
Zonas en riesgo y urbanización en espacios de inundación.
“La acumulación de sedimentos en los cauces y la falta de lluvias regulares son un caldo de cultivo para los desbordamientos“, explica. En situaciones así, ríos como el Guadalete o el Barbate han alcanzado un límite en su capacidad, y surge la necesidad de repensar su gestión. “Es momento de renaturalizar los cauces y permitir que la vegetación crezca en sus márgenes para amortiguar la violencia de las crecidas, algo que se está viendo en otras zonas de Europa”.
Zonas en riesgo
Uno de los aspectos críticos que señala el decano es cómo el aumento de estos fenómenos extremos pone en riesgo áreas que, por su cercanía a cauces, deberían estar preservadas como zonas de inundación. Sin embargo, la ocupación urbanística ha cambiado la realidad de muchas de estas áreas. Se trata de zonas que, según explica Benavente, los Planes Generales de Ordenación Urbana (PGOU) deberían haber señalado como de riesgo cada 50, 100 o 500 años, en función de las probabilidades de inundación.
Es crucial recordar que cuando un espacio se designa como de inundación en 500 años, no significa que las crecidas ocurran siempre en ese periodo exacto; más bien, indica la probabilidad de que el fenómeno se repita dentro de ese rango temporal. Este cálculo probabilístico a menudo no se considera adecuadamente, y muchas de estas áreas se han urbanizado de forma masiva, incrementando el peligro para sus habitantes y aumentando el impacto de inundaciones como las recientes. Especialmente en el Levante español.
Más sequías y más episodios de lluvias torrenciales
La situación de Cádiz y otras áreas del sur de España responde a un cambio climático en el que se prevé un patrón de precipitaciones diferente al habitual: menor cantidad de lluvias anuales, pero episodios de alta intensidad. Esto significa, como explica Benavente, que tendremos sequías más largas y episodios de lluvias torrenciales cada vez más virulentas.
«El Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) ya advierte de esta tendencia: las precipitaciones medias tienden a descender, pero los eventos intensos, como las DANAs, se incrementarán», explica. A medida que el planeta se calienta, las temperaturas oceánicas suben y estos fenómenos se verán alimentados por aguas cálidas cada vez más intensas. Esto plantea una interrogante urgente sobre cómo debemos adaptar nuestras ciudades y espacios naturales para enfrentar un clima en el que el equilibrio de agua y temperatura se ha roto.
El caso de Cádiz ilustra una necesidad: abordar el cambio climático y los fenómenos meteorológicos desde una perspectiva también local. A diferencia de otros puntos del país, donde las DANAs son habituales, el sur de la Península debe prepararse para un panorama en el que estos episodios puedan ser más comunes de lo esperado. Las propuestas de Benavente de renaturalizar los cauces y de respetar las zonas de inundación pueden contribuir a que el impacto de estas DANAs sea menos devastador en el futuro.
La reciente DANA en Cádiz es una muestra más de que el cambio climático no solo altera el clima en términos generales, sino que está afectando directamente nuestras vidas y nuestras ciudades. Con fenómenos climáticos extremos cada vez más comunes en zonas inusuales, el tiempo de actuar es ahora.