
La crónica de Vera Luque del CD Tenerife-Cádiz CF (2-1): Certificación de lo anodino
José Antonio Vera Luque firma una reflexión amarga y cargada de ironía sobre la derrota del Cádiz ante el Tenerife

Queda terminantemente prohibido ilusionarse, bajo pena de ser deportado a la purísima realidad de la temporada en la que nos movemos sigilosamente. La llegada de la primavera suele ser la marca temporal en la que se termine de establecer el objetivo de la temporada. De ahí que el sprint del último cuarto de la campaña parecía comenzar ayer.
Un meter quinta para encaramarse a esos lugares de la tabla que terminaran de retomar el amor eterno de los futbolistas con la grada, un re-enamoramiento propio de la estación de las floripondias, las alergias, las horas de sol y la ropa fresquita. Pero no. El día D, la hora H (menos la propia de las Islas), en el momento M de la jornada J, no se produjo.
Esa posibilidad de tener a tiro la sexta plaza después de tan catastrófica temporada, se nos fue de las manos en el preciso momento que Enric Gallego remataba a bocajarro y mandaba para adentro la pelotita, después de dos o tres intentonas similares por parte de ellos, que si no llega a ser por David Gil ya sabes tú por donde hubieran ido los tiros.
La bipolaridad de este Cádiz le lleva a una temporada que se olvidará a medida que pasen los años, y de la cual se conservará únicamente en el disco duro del aficionado alguna que otra performance de Ontiveros, y algún que otro miembro más para la lista negra de futbolistas que pasaron por aquí con muchísima pena y ninguna gloria, como el desterrado Glauder o Carlitos Fernández, heredero de Maxi como desviador oficial de disparos a puerta.
Si algo nos dejó el partido fue sin duda un sentimiento de nostalgia mezclado con mala leche, cada vez que la cámara enfocaba al banquillo tinerfeño. Ver a Cervera en el equipo contrario produce el mismo efecto que ver a tu ex colgando en el instagram una foto con un maromo. Mirada desenfocada al horizonte, oportunas gotitas de lluvia al paso de gaviotas desorientadas y banda sonora de Alex Ubago.
Cuando lo pillaban echando la bronca, con su cazadorita de Eutimio y sus gafas ahumadas, se te venía el deseo inherente de que el rapapolvo fuera para Sobrino mismo. La sensación de que cualquier tiempo pasado era mejor que el actual sobrevenía en cada plano del cameraman, que insistía en enfocar y enfocar al entrenador del Tenerife (sí, del Tenerife, snif) clavándose cada enfoque como un puñal en los pechos de los cadistas.
Para más abundancia en nuestra melancolía, y por si echábamos en falta aquellos tiempos de contragolpeos mortíferos, Cervera nos vacuna de esa manera que tanto nos sirviera pretéritamente. Justo cuando nos creíamos en el camino adecuado para asaltar los tres puntos, justo cuando marcamos de penalty y el campo se ponía cuesta abajo dirección a la portería de Edgar Badía, el Gafa echó mano de su arma clásica: el contraataque.
Y con la misma estrategia que en su día aquí protagonizaron los Alvarito García, Salvi, el Choco Lozano, o incluso el mismo Pacha Espino alguna que otra vez, con la misma pillería que nos sirvió para salir del pozo, ascender sobrados o ganar en San Mamés o en Madrid, nos pusieron el sello cerveriano, esta vez en contra. Paradojas del destino.
Por eso, no intenten recaudar explicaciones lógicas de lo que la temporada está siendo. Tan pronto subimos como la espuma, como que caemos ante un equipo ya casi desahuciado justo cuando más parecía seguro un resultado positivo que nos impulsara a formar parte de algo más que la zona tranquila.
El Doctor Jeckyll que el Cádiz es una jornada, gracias a la precisión de Ontiveros, el acierto de Chris o la contundencia de Kovacevic, se convierte en Mr. Hyde para la otra por culpa de esos parches en ataque con extremos que no lo son, o la falta de alternativas de un banquillo que aloja a jugadores que no han estado al cien por cien en toda la temporada, lesiones mediante, y que parece no van a estarlo ya viendo que el mes de abril se nos echa encima.
Al contrario que el mentalista ese que salía en la tele, gran “poca vergüen” por cierto, decía que todo lo que los espectadores veíamos era producto de nuestra imaginación, lo que llevamos viendo los cadistas este año es producto del realismo (y no precisamente ese realismo mágico en el que vive inmersa esta ciudad desde tiempos inmemoriales), de un “esto es lo que hay” de libro.
Los diez partidos que quedan para finiquitar esta temporada pueden ir por la línea de uno muy bueno, uno regular salvado por los pelos, y otro chungo que con suerte nos da para empate, o no. Con más margen por delante, todavía confiaba uno en algo más, pero entre el desperdicio de la primera vuelta y los nueve que tenemos por delante con el cuchillo entre los dientes, mejor empezar a pensar en que lo que pudo haber sido en la 24/25, sea en la 25/26. Que luego pasa lo que pasa.