
Tamara Manzano pasa la primera noche tras salir del piso de Procasa en el que vivía en el albergue de la calle Soledad
La única vivienda que se le ofreció tras el desahucio tenía solo una habitación y un alquiler de 550 euros que Tamara debía pagar íntegro

Horas después de entregar las llaves de la vivienda pública en la que ha vivido el último año, Tamara Manzano va a pasar su primera noche fuera de casa en el albergue de la calle Soledad, en el centro de Cádiz.
La jornada ha sido larga y cargada de emociones. A las 10:10 de la mañana, la comisión judicial y representantes de Procasa abandonaban el número 4 de la calle Marinero en Tierra, en Guillén Moreno, con las llaves en la mano. En la calle, una veintena de personas protestaban entre gritos de rabia y lágrimas. Y en el octavo piso de aquel edificio, Tamara decía adiós a su hogar.
Durante la tarde, tras el desahucio, el Ayuntamiento anunciaba que se había reunido con ella y activado el protocolo de urgencia. La solución: diez días en una pensión. La vivienda que le ofrecieron como opción de alquiler apenas tenía una habitación. “Querían que metiera ahí las tres camas. Imposible”, resume Tamara.
Pero sus palabras siguen siendo duras: “Era un palomar. Humedades, peste a humedad, con mis hijas asmáticas… Apenas cabía una cama. Un comedor pequeño, una mesa con dos o tres sillas. He visto otras casas de un dormitorio con mejores condiciones”, relata. Y añade que estaba situada en el barrio de Santa María. “La trabajadora social me dijo que era de un particular y que tenía que pagarla entera. Eran 550 euros. No puedo afrontar eso sola”.
Prácticamente tuvo que rechazarla al momento por su inviabilidad, con el temor de que si no lo hacía rápidamente, ni siquiera llegara otra oferta. Esa otra opción es donde ha dormido hoy: el albergue de la calle Soledad. “Pensión por llamarle algo”, dice Tamara, que asegura haber encontrado otro lugar, pero el concejal de Asuntos Sociales, Pablo Otero, le trasladó que “tenía mucha confianza“ en este lugar.
“Los colchones no están en muy buenas condiciones y he tenido que comprar fundas… Lo bueno, que me dejan la habitación entera con el cuarto de baño privado”, explica. “Ni he podido escogerla, como me dijeron, y está en la otra punta de Cádiz, lejos del instituto de mis niñas”. Añade además que el espacio “no tiene cocina, es solo para dormir, el resto de horas me iré a la calle”.
Tamara insiste en que lo que le han ofrecido no es una pensión como le dicen desde el Ayuntamiento: “Es un albergue, como dice el mismo dueño. Y además lo tengo lejos, no he podido escogerlo, y no puedo quedarme el día entero allí porque ni siquiera tiene cocina”.
Sus hijas, sin embargo, no están con ella todo el tiempo: “Están en casa de mi abuela, que está mala, y van a estar con ella. Y con todo esto y con 87 años…”. Tamara confiesa que intenta alejarlas todo lo posible del foco de este drama: “Cada vez que pueda, quitaré a mis niñas de aquí. Han pasado mucho y en el colegio las está viendo un psicólogo”.
Su historia, que ya ha calado en la opinión pública gaditana, se ha convertido en el símbolo de una gestión cuestionada por la falta de respuesta, transparencia y humanidad ante una situación de vulnerabilidad reconocida por el propio Ayuntamiento. Este martes, día del primer desalojo conocido bajo el mandato de Bruno García como alcalde, el Consistorio convocaba una visita institucional a un centro social... sin avisar a los medios, evitando así posinles preguntas incómodas.
La jornada ha terminado con Tamara durmiendo en un espacio de urgencia, con promesas en el aire y una sola certeza: que mañana su lucha y la de quienes la apoyan y ayudan continuará.